Ahora podemos ver el mar. Lo dijo Paula cuando llegamos al punto donde termina el asfalto y empiezan a asomar los médanos poblados de arbustos. Y después la planicie de arena. Y después el océano donde acaban las palabras. Lo dijo mientras se quitaba la segunda zapatilla y tocaba la playa con los pies desnudos, ofensivos, tiernos. Me quedé pensando en la frase y se lo dije a Paula. No recuerdo cómo era. "Sería un buen comienzo de novela", dije. Paula estuvo de acuerdo. Un tiempo después, caminando por la orilla y arrastrando de tanto en tanto olitas de agua helada, hablamos de otras cosas, o no hablamos de nada como solemos hacer. La frase tierna, clara y ofensiva permaneció escondida quién sabe dónde. ¿Cómo era? Se lo pregunté a Paula mientras en el horizonte se dibujaba el perfil de algo que pudo ser un barco. Por fin podemos ver el mar, me dijo tratando de recordar. No era esa. Probé a mi vez. Ahora sí podemos ver el mar. Tampoco. La situación era tan triste como la verdad. Habíamos olvidado la frase que encerraba en sí misma una novela extraordinaria. Seguimos probando casi como un juego. Ahora veremos el mar, ensayó Paula en su colombiano antiguo. Mis intentos fracasaron igualmente. Los dos nos miramos y reímos. Dejamos de caminar hacia adelante y nada más que hacia adelante. Giramos en redondo, como se dice. Y ahí sí dimos con la frase perfecta.
L.
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