La gente buena es inocente por definición. Lo es a nivel irritante. ¿Cómo oponerse a tanta bondad generosamente derramada? La opinión pública suele comprar todo o casi todo lo que le venden políticos mediocres y medios de prensa ubicados en las antípodas del interés general. Donde existen gobiernos con alguna disposición a la justicia social y a la desobediencia digna frente a los podridos poderes mundiales, recrudecen las denuncias mediáticas sobre corrupción, mal manejo de la economía o lo que sea. Luego nada se comprueba, la profecía autocumplida se concreta y los medios ni siquiera se disculpan. Sin embargo esa misma opinión pública y buena se muestra dispuesta a volver a ser engañada infinitamente. Pasó en la Argentina con Menem, pasa en España con Rajoy, ocurre en Estados Unidos con Obama quien antes de ser ungido presidente de la guerra fue premiado con el Nobel de la Paz. Por momentos la banalidad del bien se parece a ciertas personas que se tapan los ojos ante la evidente infidelidad de sus parejas. Lo hacen con tal de disfrutar hasta el fin de una fingida, aunque algo estúpida, felicidad. La gente buena, también la mala, se ampara en la bobalicona alegría que impera en el mundo. Mientras los buenos y humanos puedan viajar a Miami todo está perfecto. Eso no salva a nadie de su complicidad. Y otra vez Oscar Wilde viene con lucidez en nuestro apoyo. Suponer que los malvados son causantes de todas las desgracias que afectan al planeta es subestimar a los imbéciles.
L.
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