El día del fin del mundo los sobrevivientes huirán veloces del planeta en cohetes largos, delgados y brillantes. Saldrán sin tiempo de armar valijas, elegir libros, regar las plantas, ir al baño, despedirse de alguien o de algo. Como peces o ganado subirán a cápsulas estrechas y dirán adiós con la mano a las casas en derrumbe, a los mares muertos, a la tierra humeante por las bombas finales. No habrá espacio ya para besos desesperados. Los cohetes se hundirán en el cielo como penes largos, delgados y brillantes que fecundarán la zona oscura del desierto para que florezcan mil flores. La tierra se apagará como una estrella remota y sin suerte. Las galaxias continuarán impávidas a la distancia. Los sobrevivientes no dirán nada. Un hombre apretará el puño y una mujer cuidará a un recién nacido. Y todos mirarán todo como si fuera la primera y última vez.
L.
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