Cuando salga de la casa voy a extrañar el sonido y la furia del viento. No sé por qué se encajona y ruge como león enjaulado y solo. Y se oye para colmo desde todos los cuartos y todas las ventanas. Por momentos parece una invención porque la casa no está ubicada en un bosque fueguino ni en la isla de Pascua. Hay sin embargo una especie de viento metafísico que hace volar todas las cosas. Hoy se lo dije a Paula mientras ella se miraba al espejo, recién salida de la ducha, tomándose los pechos con ambas manos como si quisiera convencerse de algo. Le dije lo del viento y se ensombreció, como dicen en Colombia, como si yo le hubiera dicho que alguna vez me voy a ir de la casa con el viento a otra parte. Le dije que no. Que realmente me impresionaba la sensación huracanada que se vive entre las paredes que tiemblan. Los árboles de la calle se doblan como ancianos con dolor de espalda. La música del viento. La rebelión del aire en movimiento. Paula seguía desnuda frente al espejo. Había algo de ella que no la convencía del todo. Y yo hablaba y hablaba. Y así empezó el día que un viento ilimitado empujaba hacia el abismo.
L.
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