Recibo de pronto un llamado inesperado proponiéndome entrar al mundo. De vuelta. Como si nada hubiera pasado. La idea no me atrae. Estoy demasiado cómodo en mi burbuja de palabras, labios delgados, amores imposibles e ideas perfectas de tan abstractas. Estoy muy a gusto nadando en el líquido amniótico, subiendo y bajando montañas de humo, escribiendo pavadas en este blog. Y de pronto recibo un llamado inesperado y destemplado donde alguien me ordena un regreso inmediato al mundo de los hechos reales. Mi primera reacción es clara. No. De ninguna manera. No pertenezco a espacio alguno y esa no pertenencia es mi forma de estar aquí. Pero es inútil. La voz en el teléfono es imperiosa. Ni siquiera me deja pensar. Unas manos invisibles me obligan de pronto a empujar la puerta que yo mismo había blindado con siete llaves de acero.
L.
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