Se oyen ladridos de perros en todas partes. Desde la altura y la distancia es posible verlos. Están encerrados en departamentos, acorralados en terrazas bajo la lluvia, prisioneros detrás de persianas bajas. En tiempos remotos los perros se movían en manadas invencibles. Eran más lobos que perros. Si lo deseaban cazaban un ciervo incauto y lo comían hasta limpiar los huesos. Si estaban en celo montaban desde atrás a una loba elegida al azar y así desahogaban la angustia. Eran protagonistas de grandiosas novelas de Jack London o hablaban libremente con el hombre que ríe. Dan un poco de pena los perros encerrados. Las familias los usan bajo el simpático alias de mascotas. De tanto en tanto los sacan a pasear como excusa para salir un rato de hogares asfixiantes. Hace tiempo los perros perdieron la batalla. Fueron apartados para siempre de la manada original y ahora ladran como locos sin que nadie los escuche.
L.
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