Discutíamos con mi analista sobre temas filosóficos. Yo le decía que las cosas existen aunque no las miremos ni las pensemos ni las nombremos. Ella contraatacó diciendo que no habría universo sin la palabra universo, que no podríamos distinguir una flor de otra y ni siquiera saber qué es un beso sin la palabra beso. El mundo sería incomprensible. Yo le hablé de una rama que en este momento se está quebrando en un bosque lejano sin que nadie la observe. Creo en esa rama, le dije para conmoverla. La hipótesis de la rama es conocida y suele darse como prueba del principio de incertidumbre. Se está quebrando ahora mientras usted y yo hablamos de tonterías, arremetí. La conversación no pudo resolverse. Pensé de pronto en una galaxia muda y convertida en un enigma, una rama que se cae, el absurdo inexplicable de estar vivos. Mi analista diría que si puedo pensar en todo eso se lo debo a palabras como rama, galaxia, absurdo, vida, beso, pelos, en fin, una discusión interminable.
L.
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