Cuando Colón llegó a estas tierras y vio gente desnuda (así lo escribe en su diario de octubre de 1492) creyó ver en las mujeres aborígenes dríadas o ninfas salidas de las fuentes de que hablan las antiguas fábulas. El navegante miraba desde la compleja asociación que su mente hacía con antiguos relatos oídos en su infancia. Le costaba observar el esplendor singular de los cuerpos adánicos. Así como pensamos convencionalmente solemos mirar también desde el prejuicio o las ideas instituidas. Esto suele ocurrir en los talleres de arte frente a la modelo desnuda. Pasado el primer impacto generado por la prepotencia de formas no exentas de perturbación, el principiante se calma, toma distancia y pinta o dibuja. Inicialmente no ve lo que ve sino una serie confusa de figuraciones previas y adheridas a su ojo programado: la idea mano, la idea piernas, la idea nalgas. La observación atenta queda en suspensión y el resultado será seguramente pobre. Pero si persiste en el intento aprenderá con el tiempo a mirar solamente lo que ve. Milagrosamente verá surgir en la tela un cuerpo que hasta parecerá sudar y respirar. Así deberíamos actuar todos ante el mundo que nos rodea. Vaciar la mirada y observar sin ideas previas. Descubrir que un cuerpo, desnudo o vestido, es siempre nuevo y excepcional.
L.
Sí... pero la tarea de desprogramar el ojo...¡qué difícil!
ResponderEliminarCastor
Así es como mira el filósofo. Recuerdo que García Morente hablaba en sus Lecciones Preliminares de Filosofía sobre el asombro como condición necesaria para comenzar a ver y a pensar. Así vacíos de ideas previas dispuestos a experimentar lo nuevo y excepcional de cada instante.
ResponderEliminarGraciela B