Otra obsesión de Emma Bovary es la tentación de lo lejano. Supone que su felicidad la espera en París (ciudad que no llega a conocer) o en una Italia idealizada. Alucina con parajes remotos y glamorosos que su imaginación convierte en orgasmos infinitos. Emma supone que ciertos sitios del planeta fomentarían su placer así como una planta prospera en determinados ambientes y no en otros. Viajar, alejarse, conocer lindas playas, distraerse con lo eterno nuevo. Supongo que a todos nos pasa (al menos por momentos) algo parecido. Depositamos en la distancia un camino posible de liberación personal. Pero sospecho que tampoco por ahí va la cosa. Por muy hermosos que sean los viajes de pronto se terminan como las mejores vacaciones. Y luego hay que soportar la permanencia y (desafío mayor) aprender a movernos sin cambiar de lugar.
L.
L.
¿Y cómo sería eso de viajar sin viajar?
ResponderEliminarRené
Otras veces no hay nada tan lejano como lo cercano.Nosotros mismos.
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