sábado, 30 de enero de 2010

Katia


Katia hace pis con asombrosa frecuencia. La conozco y por eso lo digo. Mientras descargo el morral en el sillón de cuero imagino la escena que ocurre cerca del cuarto. No deja de nevar en la ciudad maldita. Inventar el presente es una forma de negarlo. Preferiría ver las cosas como son. No sea que me pase como al hombre que soñó tanto con una flor ideal que, al toparse un día con una rosa de verdad, la acusó de mentirosa, vulgar, traidora, maldita y puta flor. Ahora Katia está sentada en el retrete. Al propósito o al descuido ha dejado la puerta semiabierta: lo que veo desde lejos es apenas un rectángulo de luz. Unas rodillas. Busco, mientras tanto, leña de abedules salvados de la nieve y enciendo un fuego. El frío supera largamente al esfuerzo de las llamas. La casa (luces tenues) parece un burdel. Sigo viendo el perfil que asoma en la rendija que deja entrever la delgadez del baño. Hasta siento el desfachatado olor de la hembra que está (ahí) muy concentrada. De pronto escucho el leve sonido de algo tibio y suave cayendo en lo oscuro finamente. Se confunde con los golpes de nieve que fatigan las tejas de afuera. Imagino, porque no puedo ver detalles, los muslos duros, el pelo en declive, la maraña ligeramente húmeda por el acto de indudable alivio. Por fin Katia sale y se sorprende al verme así, como suspendido en una idea abstracta (concreta) abstracta.
L.

1 comentario:

  1. Qué bueno este de Katia, que calidad para describir un momento tan banal que puede ser tan gozoso... que envidia su prosa, ojala algún día pueda escribir parecido al menos.
    Jazmín

    ResponderEliminar