Se juega mucho y mal con la palabra eternidad. Pasa mucho en el discurso amoroso, en las iglesias, en los hoteles de paso. Te amo para siempre jamás. Alguien escribió ese mensaje anónimo en un papel que ahora estoy mirando. Está pegado frente a mi escritorio en la oficina. Te amo para siempre. En torno a la frase se han dibujado varios peces y un gato de espaldas que mira quién sabe adónde. Una mezcla de entusiasmo y miedo conspira para que lo eterno se convierta en la droga más buscada. Nadie, ni siquiera los místicos, cree demasiado en ella. Pero todos la beben, sí, la beben hasta el fondo como si la eternidad fuera un valor. La idea de límite, en cambio, es evitada al máximo. Pero que los hay los hay. Y no dejan de anunciarse ya sea en contingencias menores como en eventos memorables. No hay razón para el lamento. Al contrario. Justamente por eso, porque existen barreras, pueden circular los trenes.
L.
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