En un día frío, tregua del verano, busqué la cámara y llegué al mar. Caminé hasta la escollera y ahí los encontré. Eran tres. Quizás cuatro. Estaban cubiertos de fango. Carcomidos por los peces. ¿Hombres o mujeres? No sé. Lo que quedó en el negativo se borró en la memoria. Las sirenas me alertaron. Ya todo el pueblo sabía. Subí por el médano y atravesé el bosque. Pensé que el mar no es refugio para el pecado. Sólo es fiel a su eterna oscilación. El mar vomita lo que no es del mar. Envuelve, prueba, abandona. Deja en la intermitencia de su orilla lo que nadie quiere ver.
Andrea
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