Las verdades más profundas asoman en los actos más triviales. Jamás en las declaraciones solemnes. Menos en las entrevistas de los diarios, la radio o la televisión. Tampoco en los discursos realizados “para que la gente entienda”. Las verdades más vivas aparecen en las horas muertas. Un bostezo del héroe, una mueca horrible de la mujer fatal, un insulto imprevisto, un gesto al pasar. Lo más sucio y visceral de una persona se revela en el accidente. Jamás en la continuidad. Casi siempre en el acto y raramente en las palabras. Pero ni ellas se salvan. Se empieza cediendo en el lenguaje -advertía Freud- y se acaba cediendo en los hechos.
L.
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