Para poder decir una verdad cualquiera, por mínima que sea, el arte debe mentir con total irresponsabilidad. Eso lo entienden mejor los pintores y los poetas que los narradores. Picasso, por ejemplo, necesitó dibujar a veces una manzana en lugar de una boca en el rostro plano de una mujer. No lo hizo para hacerse el vivo sino para seguir cierta rutina de formas y tonalidades. Ninguna melodía de Mozart es cierta, es decir, no refleja objetos, muebles y ni siquiera pensamientos. Los zapatos de Van Gogh no son zapatos. ¿Por qué entonces debemos soportar, en literatura, cine o teatro, una escena larga y anodina donde varias personas se sientan a tomar café? ¿Qué tiene que ver esa burda copia de lo real con lo que verdaderamente importa en la vida? La mentira artística es casi la única aproximación a la verdad que va quedando en este mundo.
L.
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