Asombran las penosas migraciones que ciertos peces emprenden en la época de desove. Al igual que las aves de paso ellos buscan los lugares en que la especie residió primitivamente. Es el caso, entre tantos, de los salmones de Alaska. En un determinado instante de sus vidas remontan el poderoso río Columbia, salvan cataratas y obstáculos diversos y llegan exhaustos a desovar. Una vez terminada la tarea los salmones de Alaska se desmoronan, las escamas se desprenden, sus aletas se despedazan y, a las pocas horas, caen rendidos o muertos. Aún teniendo en cuenta el trágico final no deja de impresionar la deslumbrante marcha contra la corriente, el prodigioso acto de retorno y el movimiento siempre inclinado a recuperar al menos algo de la edad de oro, del tiempo sin tiempo de la infancia, de los días en que el mundo era joven y los ríos se abrían generosamente para mitigar la inapagable sed de los aventureros.
L.
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