El 17 de octubre de 2007 la agencia Efe recogió una noticia publicada en el semanario serbio Zabavnik. Un matrimonio en crisis se divorció al descubrir que ambos integrantes eran amantes por Internet. Luego podía leerse el desarrollo de lo ocurrido. Un hombre y una mujer que entablaron contacto en la red, y se enamoraron por ese medio, eran pareja en la vida real. El matrimonio decidió conocerse después de intercambiar varios mensajes de correo electrónico más las conversaciones que mantuvieron por chat -en las que además se explicaban el uno al otro los problemas que tenían en su matrimonio- y así descubrieron la verdadera identidad del otro. De inmediato decidieron divorciarse. Hasta aquí la información seca. Vale repetir la última frase. El hombre y la mujer decidieron divorciarse cuando descubrieron la verdadera identidad del otro. Una cosa había sido la construcción de una doble imagen y muy otra el autoengaño por fin descubierto. Ahí se puso en juego no sólo el disfraz real sino también la farsa mutua respecto a la condición de cada cual. El advenimiento de las redes que teje Internet puso en su más alto nivel el carácter engimático de la personalidad humana, el juego de espejos, la ignorancia casi total que hay entre personas que viven y duermen juntas y que en realidad no saben nada, lo que se dice nada, de ese par tan amado,tan íntimo, tan hermoso y definitivamente extraño que los acompaña hasta que la muerte, o Internet, los separe.
L.
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