Dice Ribeyro que lo primero que conocemos de una mujer es la mano. Cada dedo se va individualizando y después cada uña, cada arruga, cada imperceptible lunar. La mano es luego conocida por los labios. Entonces se añade un sabor, un sudor, una consistencia. Y qué decir del brazo, del hombro, del seno, del muslo y tantas cosas más. Apollinaire habla de las siete puertas del cuerpo femenino. Ribeyro dice que la cifra, entre fisiológica y arbitraria, es intranscendente. El cuerpo de una mujer, al igual que el mar, no tiene puertas.
L.
sábado, 8 de noviembre de 2014
viernes, 7 de noviembre de 2014
Raymond y Tess
Paula y yo somos escritores. Es la primera vez que me animo a decirlo. Es cierto que Paula no publicó nada aún y también es verdad que hay cuatro o cinco libros que llevan mi nombre en la tapa. No es necesario aclarar que eso carece de toda importancia. Voy a decirlo de nuevo entonces ahora que estoy animado. Andrea y yo somos escritores. Porque Paula es Andrea y yo invento historias en este espacio con ambas muchachas que en realidad son una o varias o quién sabe. ¿Y a qué viene esto? Yo estaba leyendo una nota en un diario viejo donde se habla de Raymond Carver (1939-1988) y de su viuda, la poeta estadounidense Tess Gallagher. Raymond y Tess (foto) se enredaron en una historia amorosa que duró diez años exactos. Poco antes de morir de un cáncer de pulmón Carver calificó a ese período como una especie de yapa o propina que tal vez no merecía. Antes de separarse por culpa de la señora muerte ambos se casaron, sintieron la proximidad de Chéjov, el autor ruso admirado por ambos, escribieron, viajaron un poco, fueron a caminar por la orilla de algunos ríos. Luego del sepelio Tess rescató varios cuentos y poemas desconocidos de Carver y los publicó. Todavía quedan cosas inéditas. Ella continuó con su producción poética aunque ya sin la presencia, también poética, del autor de Catedral. Pero este posteo empezó de otro modo y no sé por qué se desvió. Andrea y Paula escriben en torno a evocaciones colombianas y lo hacen, las dos, con una sensibilidad inusual. Acá, en el blog, se pueden leer unos veinte relatos de ella. Por mi parte pierdo tiempo en Suspendelviaje y en algunos textos sin género que por lo general abandono por la mitad. En síntesis. Andrea y yo somos una pareja de escritores. A ella le gustan las comas y yo las detesto. Eso no impide que pasemos juntos la noche o que leamos a Onetti con la misma devoción. Y dado que somos escritores no hablamos jamás de literatura. No hablamos de nada en realidad, una señal demasiado evidente de que más acá de la vida y más allá de las palabras nos queremos e incluso nos amamos...como Raymond y Tess.
L.
El sol es verde
La vida se aparta del sentido común y la esencia del mundo nada tiene que ver con su apariencia. El cielo no es azul sino negro. El sol es verde y no sale ni se pone. Se mueve en el espacio a una velocidad de 220 kilómetros por segundo. La luna no tiene luz propia sino ajena. Las nubes no contienen vapor sino ligeras gotas de agua. No hay agujero de ozono sino un adelgazamiento creciente de la capa formada por ese gas. La niebla no se levanta. El rocío no cae. Ni siquiera es blanca la nieve. El 80 por ciento del universo está compuesto por materia oscura y nadie sabe de qué está hecha. Habitamos un mundo desconocido. No vemos átomos por ningún lado. Tampoco neutrinos. Pero es casi todo lo que hay y nos compone. Átomos. Neutrinos. Añoramos algo sin nombre ni lugar. Vivimos y no sabemos qué es la vida. Amamos y no sabemos qué es el amor.
L.
jueves, 6 de noviembre de 2014
Estrella fugaz
Nunca se sabe si ella está del todo o solo en parte y en partes. Argumentos no le faltan, claro, la facultad, pilates, las salidas en bicicleta por el malecón, los encuentros de militancia y lecturas poéticas, las noches de baile y besos y encantamiento. A veces le digo estrella fugaz. Le digo efímera. Le digo que nunca se queda conmigo en ningún lado. Esa historia de los viajes, además, la idea de no estar nunca en un solo lugar y repartirse como pétalos y peces en tantos mares a la vez, no sé, nunca se sabe si está del todo o solo en parte y en partes. Me duermo a veces con su nombre en la boca. Estrella fugaz, le digo. Le digo efímera. Y le digo también que la amo.
L.
L.
Paula
Veo dormir y despertar a Paula después de una larga y deslucida noche y alcanzo a ver en ella una cifra casi interminable de Paulas multiplicadas en el borroso espejo del tiempo. Paula amada, Paula madre, Paula esposa, Paula puta, Paula soñada y leve y más lejana. Es inútil que crea descubrir a una única persona, es decir, a la que de pronto se resume en un solo cuerpo y espíritu donde se unen, se reúnen y fusionan las aguas del cielo y el infierno. Infinitas Paulas desplegadas en la cama doble así como son dobles o triples las figuras del deseo. La que ahora se sienta en el colchón o apoya la cabeza en la almohada que se ahueca es, en rigor, una desconocida completa. Es la mujer inabordable que ni siquiera se llama Paula. Una extraña que habla en lenguas igualmente ajenas pero que al levantarse, al fin, rara y sonámbula, vuelve a ser la única Paula que conozco. Una mujer sola y oscilante que es una y es todas y es ninguna.
L.
L.
El blog pregunta
Pato, una lectora japonesa o casi, entró al blog por primera vez y no puede entender la barrera impuesta por blogger a raíz de los contenidos supuestamente impropios de Suspendelviaje. "Me pregunto cuál será el contenido ofensivo porque yo no vi más que hermosos textos, bellas imágenes y maravillosa música", dice Pato en un mail. También yo me pregunto por la posible razón de la grave denuncia. ¿Será por mis críticas a las masacres de pueblos inermes? ¿Habrán influido mis homenajes, sin caer en idealizaciones, a Ernesto Guevara? ¿La causa estará en mis referencias a la actividad sexual cotidiana de hombres y mujeres? De ser esta última la causa resultaría inadmisible. Si el sexo fuera un tema intrascendente la Biblia no empezaría por ahí. ¿El error habrá sido publicar fotos de gente sin ropa? Tampoco eso sería un motivo. ¿O acaso no estamos todos desnudos bajo la ducha? ¿Lo que está en discusión es la verdad? ¿No debí escribir la palabra culo en tal o cual texto subido a este sitio? ¿Tengo que ser optimista siempre? ¿No me puedo angustiar ni un poco? ¿Tengo que ver el vaso medio lleno y no medio vacío? Como dice Brecht en un poema: tantas preguntas...tantas respuestas...
L.
El mail que esperamos con más impaciencia es el que nunca llega. No hacemos otra cosa en la vida que esperarlo. Y si no llega no se debe a que se haya extraviado, destruido o desviado en el camino sino, sencillamente, a que nunca fue ni será escrito o enviado.
L.
L.
miércoles, 5 de noviembre de 2014
Tiempo robado
El tiempo para escribir, también el tiempo para leer y amar, es tiempo robado. ¿Robado a qué? ¿A quién? Quizás a los deberes familiares, al trabajo, a lo cotidiano en todas sus formas, a lo que sí o sí debe hacerse porque además es bien visto por la sociedad utilitaria. ¿Quién tiene tiempo para escribir una novela, un cuento o un poema? ¿A quién le sobran horas para enamorarse, besar o echarse a caminar por la orilla de un mar? ¿Y para qué haría semejantes cosas? En resumen. El tiempo de creación, el tiempo para pensarse, reescribirse y nacer de nuevo, es tiempo robado al tiempo.
L.
L.
Elogio de la infidelidad
Releyendo Intimidad, una novela breve e intensa de Hanif Kureishi, encuentro un elogio de la infidelidad digno de ser pensado y analizado con la mayor atención. En otras palabras dice el protagonista soñado por el escritor paquistaní, si uno no dejara nunca a nada ni a nadie se quedaría sin espacio libre para lo nuevo. Dicho de otro modo. Toda evolución personal implica un cierto grado de infidelidad al pasado, a las viejas opiniones de uno mismo, a la repetición de actos que no nos favorecen en ningún plano de la existencia. Es más. Tal vez cada día de nuestras vidas, que son breves por definición, debería contener al menos una infidelidad, sí, una traición necesaria y estimulante. Se trataría en fin de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro. Sería una clara afirmación de que las cosas pueden ser no sólo diferentes sino mejores. Más en general la idea enlaza con otra, en este caso proveniente del psicoanálisis, igualmente valiosa. Mientras estemos poblados o habitados por el vacío habrá lugar disponible para el deseo. Si estamos llenos, si creemos haber alcanzado la plena plenitud, o incluso la felicidad, las ganas de vivir no tendrían de qué agarrarse. Seamos fieles al cambio entonces. Fieles hasta la muerte.
L.
martes, 4 de noviembre de 2014
El asombro
El verdadero asombro está hecho de recuerdos y jamás de novedad. ¿Para qué perder tiempo con el tedio de lo eterno nuevo? ¿Para qué insistir en paisajes que no son nada si no evocan, si no perturban, si no remueven el fondo oscuro y denso de la olla? El verdadero asombro nace del círculo vicioso y no de los bellos y arriesgados saltos mortales. El verdadero asombro se nutre de mitos olvidados en rincones prohibidos y mil veces negados. Es ahí, en el fondo de la olla, donde un día, sin querer, encontramos un pedazo de espejo donde nos vimos la cara por primera vez. Los pelos en la sábana. La foto que se traspapeló en la Navidad ya sepultada. ¿Cuántas veces hace falta ver el mar para verlo un día como si fuera la primera vez? ¿Acaso hay algo de valor en la noticia de último momento? Nada. El verdadero asombro está hecho de recuerdos y jamás de novedad.
L.
L.
Se venden palabras
Ya no sé cómo vender la escritura en mis clases particulares o grupales de narrativa. Muchos de mis alumnos, incluidos los que dicen amar la literatura, o quienes la idealizan como si fuera una diosa, no leen ni escriben de manera disciplinada. Admito que la buena escritura es inútil. No se come, no garantiza la felicidad, a veces duele y aún molesta. El mundo se la puede pasar lo más bien sin Rulfo sin Vallejo sin Yourcenar sin Lispector sin Carver. Hay cosas más divertidas. Pero en mis clases me veo obligado a vender lo que enseño y amo. La cosa nada tiene que ver con la cultura general, concepto horrible, sino con algo inexpresable y raro. Cuando me quedo sin argumentos digo que un mail con faltas de ortografía o mal redactado deserotiza. Esto último preocupa con razón a más de uno. Cuando estoy al borde de la desesperación cito a Kafka. La escritura es más pobre pero más clara que la vida. Los argumentos son insuficientes. Pero alguno o alguna, siempre, pisa el palito.
L.
Días de noviembre
Ya estamos en noviembre, dice Paula. Lo dice al pasar y sin relación con nada. Tirada en la cama, sin ropa casi, está viendo Volver al futuro II, una película de los ochenta que acabó por cansarla. Apaga de pronto la tele y calienta agua para tomar café colombiano elaborado en el departamento del Nariño, o sea, el mejor café del mundo. Amadas rutinas de Paula y yo en días desangelados. Estamos en noviembre y ya termina el año. Ahora soy yo el que habla. Ayer nomás era invierno y después primavera y Paula, cómo olvidarlo, había viajado a Cartagena para encontrarse con un ex novio bogotano, un futbolista venido a menos que hace poco se fue a Bulgaria detrás de una mujer sin entender una sola palabra del idioma local. No le fue bien. Esta historia se desvía. Estamos en noviembre. Esa era la idea inicial. El tiempo es veloz y es implacable. A veces, dice Paula mientras se peina hacia atrás, percibo el paso de las horas. Me veo vieja en unos años. Me veo morir. También yo, le digo, mientras escribo en el blog una nueva tontería. También yo siento las horas, los días, los años. Todos moriremos. Para qué insistir en ese punto. No es malo recordar que el tiempo pasa. No para aprovecharlo. No existe cosa más idiota que aprovechar el tiempo. Abrir los ojos sí. Sentir la vida sí. Pensar algo mientras queden fuerzas. Paula entra y sale del baño. Yo sigo escribiendo acá. Ya estamos casi a fin de año. Alguien golpea a la puerta y es diciembre.
L.
L.
Escribir
Escribir para saber qué escribiría si escribiese. Escribir con todo el cuerpo. Escribir para ver cómo se muere una mosca. Escribir para no perderme en lo cotidiano. Escribir porque todos moriremos. Escribir para no tener que salir del cuarto. Escribir en idiomas perdidos y olvidados. Escribir para saber quién soy. Escribir para volver a casa.
L.
L.
Palabras inútiles
Por ejemplo la palabra todos. Es muy general. Y tras ella se oculta la parte. El bosque de la palabra todo no deja ver la parte de la palabra árbol, el arte de lo singular, lo que es único en su tipo. Por ejemplo las palabras muy y mucho. Son redundantes por donde se las mire. Una mujer no está muy desnuda sino apenas desnuda. No hace mucho frío sino solamente frío. El caballo no está muy cansado sino cansado. El adjetivo contiene en sí mismo todas las opciones. ¿Para qué abusar de los aumentativos? ¿Te amo muy mucho? Absurdo. Te amo. Con semejante declaración, así, tan seca en apariencia, no hace falta más. La palabra mejor da por tierra con otras opciones no comparables. ¿Es mejor Van Gogh que Modigliani? ¿Son mejores los Beatles que los Rolling Stones? ¿Mejor el verano que el invierno? Todos, muy, mucho, mejor, lo más. Habrá que pasar la escoba sobre papeles y pantallas. Limpiar el discurso, agujerearlo, depurarlo, en resumen, decir más con menos. ¿Más que qué? ¿Menos que quién? Y eso para no hablar de expresiones huecas como por cierto, sin embargo, realmente, no obstante, en rigor de verdad, definitivamente, buen finde y saludos cordiales. Qué fastidio. Qué aparatosa y formal formalidad. Habrá que enseñar a hablar y escribir sobre nuevas bases y aplicando, de ser posible, un postulado claro y esencial. Para decir la verdad hay que usar palabras verdaderas.
L.
L.
lunes, 3 de noviembre de 2014
El problema
El problema es que se van acabando los interlocutores. No hay casi con quién hablar de lo que debe hablarse razonablemente. Hablar razonablemente sobre algo exige un mínimo de sentido común, un poco de calma y observación mutua, cierta disposición a la atención flotante, conciencia de muerte, vida y belleza. Pero en el mercado se van terminando los interlocutores válidos. Hay de los otros, los que enseguida sacan el revolver, los que amenazan sin saber, los que acusan como si fueran jueces, los que siempre están dispuestos a declarar la tercera guerra mundial. Lo que se busca es tan poco y sin embargo parece el universo. El problema es que no hay ya con quién hablar de lo que debe hablarse razonablemente y desesperadamente.
L.
L.
El nadador
Estoy a seis brazadas de la playa y no llego. Maldición. Tan cerca y no llego. La corriente del golfo me empuja hacia afuera, me anuda y me ata a la espuma con garras de puma. Mientras alzo el brazo armando una curva y apunto con los dedos de la mano hacia abajo, pienso en Paula y sus pies tan largos, su silencio, su estar quieta en el sillón azul. Doy patadas con los pies a solo seis brazadas de la orilla. Junto al sillón estaba el gato y se estiraba en la siesta como si nada le importara. No podía imaginar lo que más tarde pasaría. Paula, el gato, la cuarta alarma. Una vida entera dando vueltas en torno al mismo punto, como ahora, a sólo seis brazadas de la costa y en la bahía de los vientos, esperando que vuelva a salir el arco iris. Todavía no sé si se escribe junto a separado. Todo junto se escribe separado. Era una broma de un amigo de otros tiempos. Arcoiris. Arco iris. Paula semidesnuda bajo la lámpara. ¿Se escribe semidesnuda o casi vestida? El mar no es un amigo en esta hora. La corriente del golfo puede más que todo en la vaga bahía de los vientos. Paula, el gato, el viento, la corriente. Debí decírselo aquel día. Con todas las letras aunque doliera. Debí hablar con ella a calzón quitado. ¿Se dice calzón todavía? El brazo se levanta agotado en la revuelta. Faltan seis brazadas y todavía no aprendí lo principal. La realidad ahora es una sola realidad. Voy a decirlo una vez más porque no creo que me quede un hilo de voz. Estoy a seis brazadas de la playa y no llego.
L.
Algo en lugar de nada
Si yo fuera árbol, agua, pez, si no tuviera ideas ni palabras, si solo fuera un ente que no puede pensarse ni hablarse, qué fácil sería todo, sí, demasiado fácil. Si fuera apenas un perro de la playa no tendría angustias, no pensaría en la muerte, no escribiría nombres con el dedo en la tierra mojada, ¿o acaso lo haría sin saberlo con mis patas llenas de arena entre los pelos mugrientos? Bastaría pensar en una escena semejante para descubrir el sentido del absurdo. Olería un pescado en estado de putrefacción, ese que dejó abandonado un desconocido luego de robarlo al mar con un alambre oxidado. Comería eso que para mí sería solamente eso sin siquiera la palabra eso. Entraría de pronto al océano, como lo hacen a veces los perros de la playa, y sentiría el golpe violento de las olas contra la piel de los años. Pero no podría escribir algo como siento el golpe de las olas en el viento o cualquier frase de ese tipo. Escribir no es cosa de perros. Y después de andar la playa bajo diez mil soles, después de acariciar el lomo de la primera perra que cruzara en mi camino, moriría un día sin la palabra muerte entre los labios y ni siquiera sería capaz de pronunciar la palabra médano, hermosa y extraña, el sentido del fin, algo en lugar de la nada que soy y que seremos.
L.
L.
Monólogo del pez
Lo que se me reprocha es ser un pez, es decir, yo mismo. Los que me acusan preferirían quizás que fuera pájaro, puma o dinosaurio. Para colmo el pez está desnudo y eso es pecado grave para los pescados. Los dueños del sentido me acusan con el dedo untado en barro. Me juzgan por las migraciones que hago contra la corriente para desovar en los ríos perdidos de Alaska. Saben que tal vez puedo morir en ese lance pero ni siquiera eso me perdonan. Tampoco me dejan circular libremente por los cauces de montaña. No puedo copular en aguas tibias. Quieren que use traje y me trague los grandes y honorables discursos. Me critican la cama y las escamas. Me reprochan la cola al descubierto y que respire por las branquias. Lo que más molesta es mi capacidad de hundirme y no ahogarme, de llorar sin que se note, de abrir la boca, bien abierta, para besar húmedo y profundo.
Lo que se me reprocha es ser un pez, es decir, yo mismo.
L.
Lluvia eterna
No deja de caer el agua distribuida en gotas muy finas y alocadas. No deja de ser lo mismo que fue ayer. Todo el día y la noche de ayer, el agua, fragmentada en infinidad de puntas ligeramente pulidas, y la ciudad, convertida tal vez en mujer, dice basta, la ciudad exhausta y vencida, dice no puedo más. No puedo. Suficiente. Pero el aguacero es obstinado como un hombre en celo. Insiste, presiona, llena con denuedo cada uno de los huecos abiertos en el cielo. Hay algo que nunca deja de ser o acontecer. Hay una lluvia que no acaba jamás.
L.
L.
domingo, 2 de noviembre de 2014
Últimos poemas
Le quedaban pocos días de vida a Raymond Carver (1939-1988) cuando escribió los últimos diez o quince poemas de su producción que también incluyó cuentos y ensayos breves. Había dejado el alcohol pero ya era tarde. Aún así. Ni un tumor cerebral ni un cáncer de pulmón frenaron su empuje creativo. El médico había visto demasiadas cosas en los estudios finales y con eso Carver escribió un poema alusivo (Lo que dijo el médico). Dijo lo siento mucho. Dijo me hubiera gustado tener otras noticias para darle. Siguieron luego otros textos. En uno percibe que sus últimos diez años fueron una especie de yapa o propina que no estaba seguro de merecer. Sobrio, vivo, trabajando, amando. ¿Qué más puede pedirse? A continuación le ruega a su mujer, la también poeta Tess Gallagher, que lo deje ir. Ya es hora de ponerme en camino, le recuerda evitando todo sentimentalismo. En el anteúltimo poema siente el grito de una bandada de pájaros sucios. El último sigue vibrando aún hoy para la cofradía. ¿Y? ¿Conseguiste lo que buscabas en esta vida? Lo conseguí. ¿Y qué buscabas? Considerarme amado. Sentirme amado en la tierra.
L.
L.
Contra la sinceridad
Las redes sociales -también la vulgaridad disfrazada de honesta pureza en distintos formatos- van demasiado lejos en su afán de sinceridad. Hombres y mujeres suponen que usar y compartir lo más sucio y ominoso de cada cual es conveniente en todos los casos. Sería un aporte colectivo al mundo de la verdad cruda y sin filtro. La actitud se parece demasiado a la del vendedor que va por los pueblos estafando a medio mundo con el arma sutil de la franqueza. El desnudamiento o confesionalidad no suele arrojar productos de calidad. Con no poca frecuencia lo que sale del alma es la obviedad de siempre, el lugar demasiado común, la estupidez natural. En ese marco la sinceridad suele ser una trampa sutil para los incautos del oficio. La metáfora engañosa, en cambio, el espejismo que estimula, la utopía que no se cumple pero aviva la llama, es decir, la tan denostada mentira artística, es lo único que contribuye a la verdad profunda, esa que no suele brillar tanto en los confesionarios.
L.
L.
La belleza
Hay una canción de Luis Eduardo Aute que apunta a una generación, la mía, también a la de Aute, una generación que más allá de tal o cual excepción vendió sus ideales a precio demasiado barato, que cambió la idea de revolución por la de éxito, la del cambio radical por el arrodillarse ante los podridos poderes. Muchos ex compañeros míos de sueño y canto y deseo se modernizaron, claudicaron y así, quebrados, buscan ahora la fama, el éxito en los negocios, la trampa, la mentira, la ideología de ocasión, y todo con tal de acomodarse. En frente, claro, no hay mucho que ver. Sólo espuma de mar soplada por el viento, un instante que es todos los instantes, las ganas de cambiar todo para que todo no siga igual. ¿Se acabó la utopía? ¿Debemos entregarnos de pies y manos al triste y mezquino mandato de los tiempos? La belleza sigue en algún lado golpeando la maldita puerta.
L.
L.
Día de los muertos
Quizás la muerte existe para que podamos olvidarla. O para no recordar tanto y a tantos. O para vaciarnos un poco de esa vida que se mete hasta en lo más oculto y secreto de la ropa interior. En México, Bolivia, Guatemala, el norte argentino y otros lugares no hay una visión trágica o fatalista del asunto. Al contrario. La gente va en masa a los cementerios con comida, flores, bandas musicales, ropas de domingo, velas. Los muertos amados son homenajeados con escaleras de pan por las cuales pueden volver, al menos un rato, a las bebidas que apreciaban, a los colores y calores del amor, a las canciones tiernas y eternas. En los cementerios de Tilcara y otros pueblos y ciudades de la quebrada de Humahuaca hoy, día de los muertos, hay fiesta en los túmulos. Familias enteras usan tumbas y lápidas como mesas y ahí almuerzan, ríen, evocan y también olvidan para no recordar tanto y a tantos. Nadie está a salvo. Para todos tiene la muerte una mirada. Pero tampoco es posible caminar sin decanso entre calaveras y huesitos. Hace falta de tanto en tanto perdernos un poco de la muerte observada como amante esquiva, y llenarnos de flores así sean leves y efímeras, así sea para olerlas un poco antes de que, como todo, también ellas se marchiten.
L.
L.
Lo principal I
Un cuento, un poema, una obra dramática o un cuadro no pueden componerse apenas de eso que algunos llaman lo profundo. Lo puramente esencial aburre, le da un tono solemne al conjunto, parece más un discurso escolar o político que una apuesta artística o vital. Y además, ¿quién nos asegura la esencialidad de algo? Heráclito, el filósofo griego, hablaba pero además orinaba, jugaba a los dados, caminaba junto a las cabras en las montañas del Asia Menor. De Shakespeare se dice que era mujeriego y burlón. Enormísimos escritores como por ejemplo Henry Miller aconsejaban a los autores nóveles escribir con cierta disciplina pero a la vez no olvidar salir de vez en cuando, tomar algo con los amigos en un bar, hablar, en fin, de cualquier cosa. Demasiada solemnidad cansa casi tanto como la pura estupidez. Lo más profundo a veces es la piel.
L.
L.
Lo principal II
No todo lo que consideramos principal es principal. Hay detalles laterales, accidentales casi, que en un momento u otro dejan de ser menores o desechables para ser mayores, es decir, principales. Pero tampoco la vida, o su reflejo artístico, se compone de elementos esenciales o importantes y de elementos triviales o no relevantes. Lo que importa siempre es el conjunto. Y por conjunto entendemos la suma o la reunión de un sinfín de factores cuyo valor irá rotando sucesivamente en el contexto. En conclusión. Ni solamente lo alto ni solamente lo bajo ni solamente lo del medio. El punto es la mezcla.
L.
L.
sábado, 1 de noviembre de 2014
Lo principal III
Lo principal no puede decirse. No puede decirse ya sea por pudor, por miedo, por lealtad, por prejuicio, por respeto a los otros, por piedad o por un principio básico de autoprotección. Las palabras además son insuficientes para nombrar ciertas cosas y rosas. Lo principal está vedado y es indecible como la muerte y el amor. Entonces damos rodeos, usamos metáforas, hablamos de más o de menos, citamos a autores inspirados. Pero es inútil. Lo principal no puede decirse. Aprendamos a vivir con esa imposibilidad y con todas las demás.
L.
viernes, 31 de octubre de 2014
Monólogo del pez
Lo que se me reprocha es ser un pez, es decir, yo mismo. Los defensores de la moral y las sanas costumbres preferirían quizás que fuera pájaro, puma o dinosaurio. O que no me mueva o moviera siempre entre cortinas de humo. Para colmo el pez está desnudo, lo dice Lispector, y eso es un pecado grave para los pescados. Los dueños del sentido me acusan con el dedo untando en barro gris. Me juzgan por las migraciones que hago contra la corriente para desovar en los ríos de Alaska. Saben que voy a morir en ese lance pero ni siquiera eso me perdonan, como en Guantánamo que le niegan a los peces el derecho a suicidarse en paz. No puedo circular libremente por los cauces de montaña. No puedo copular en las aguas tibias. Quieren que use traje y que trague los grandes y honorables discursos. Se me critican la cama y las escamas. Se me reprocha la cola al descubierto y el hecho de respirar por las branquias y esa capacidad que tengo de hundirme y no ahogarme, de llorar sin que se note, de leer en los corales y abrir la boca, bien abierta, para todos los bellos y engañosos anzuelos, espejismos, que la vida ofrece a manos y aletas llenas. Lo que se me reprocha es ser un pez, es decir, yo mismo.
L.
L.
Por delicadeza
Por delicadeza perdí mi vida, dijo Arthur Rimbaud. El autor francés vivió 37 años, fundó la poesía moderna cuando apenas había cumplido 19, revolucionó el universo de las letras con su libro Una temporada en el infierno, se rebeló, de pronto dejó de escribir y encaró el tráfico de armas para finalmente morir de un cáncer en la rodilla. Rimbaud -en resumen- no perdió la vida por delicadeza. Al contrario. Probó todo hasta casi atragantarse. Conviene seguir su ejemplo aún pagando el precio correspondiente por ello. Algunos hombres -se quejan las mujeres- son a veces muy delicados con ellas. Más de lo necesario. No conviene perder la vida con un romanticismo de opereta. No conviene ignorar el sabio consejo. Demasiado respeto, en determinados casos, puede ser visto como una falta de respeto.
L.
L.
jueves, 30 de octubre de 2014
Contra la interpretación
Contra la interpretación. Así se titula un conocido ensayo de Susan Sontag (1933-2004) cuyos planteos no caen del todo bien en el mundo intelectual muy dado a interpretar todas las cosas hasta destruirlas por completo. La intensa escritora y ensayista estadounidense defiende ahí la inocencia de la mirada, la percepción directa de las obras de arte y de la vida sin que medien los sesudos análisis de los críticos, los expertos en estética, los periodistas brillantes y demás intermediarios. ¿Por qué no pensar mejor en una erótica del arte? La pregunta es deslizada por Sontag al finalizar su artículo. Antes admite que ninguno de nosotros podrá recuperar jamás el asombro anterior a toda teoría cuando el arte no se veía obligado a justificarse. Cuando no se le preguntaba a un cuadro, a una novela, a una canción o a un cuerpo que baila qué querían decir o cuál era "el mensaje". Veo a veces a las simpáticas guías del museo de Bellas Artes de Buenos Aires "explicar" lo que supuestamente quiso decir Van Gogh sobre, no sé, un molino de viento o un par de zapatos que pintó alguna vez. Nietzsche parecería tener razón. Ya no hay hechos sino apenas interpretaciones. Pero interpretar todo el tiempo, dice Sontag, es empobrecer. Es reducir el mundo para instaurar la sombría ley de los eternos y solemnes contenidos. Todo significa. Todo debe ser explicado por los que saben, quizás, demasiado. Nada existe por sí mismo. ¿No sería mejor volver a la inmediatez de la pasión por algo o por alguien sin interpretaciones de ningún tipo o especie?
L.
L.
Para qué un blog
¿Para qué un blog? ¿Para jactarnos de algo? ¿Para compartir con otros el sinsentido de la vida? ¿Un blog es el espectáculo de la intimidad? ¿No soportamos estar solos, desnudos y desamparados? ¿Necesitamos hacer pública la angustia? ¿Queremos buscar a alguien que se ha perdido? ¿Encontrar la salida? ¿Diferenciarnos del resto? ¿Sumarnos a la tendencia de los tiempos? ¿Salir del anonimato? ¿Alcanzar, por fin, la fama y el reconocimiento? Para qué. La peor pregunta.
L.
Enseñanzas
Demasiado extendida la idea de que los libros -también las películas, las obras de teatro y las ensaladas de tomate- dejan enseñanzas. O sea que leeríamos y viviríamos para aprender algo y ser mejores. Qué lindo. Por fin se ha descubierto una utilidad también para la lectura. Aprendemos algo como se aprende de los libros de autoayuda y de las experiencias. No pienso así. No lo pienso en absoluto. Los buenos libros no enseñan nada. Muestran algo. Sólo eso. Y los leemos con el mismo placer con que a veces hacemos el amor, es decir, sin esperar algo práctico de esos actos. Haciéndolos apenas por placer y deseo, palabras obviamente ofensivas que da pudor pronunciar en este blog.
L.
miércoles, 29 de octubre de 2014
Georgia
Cuando la saqué del hospital se puso más agresiva que de costumbre. La locura está afuera, dijo en voz baja. Afuera. Pasaban los autos y Georgia llevó sus manos a la cara. Fue un gesto instintivo como cuando se tapaba los ojos o corría pegando saltos de gimnasta en la vereda. Sus hombros no soportaban el mundo: los pasos apurados, las radios, los gritos, la frialdad generalizada. Ella moría de cosas así. Nunca supe bien qué le pasaba. Un día me ofrecí a sacarla de los pabellones donde ni siquiera había cortinas en las duchas. La locura está más allá de las cortinas. En el parque amenazó arrojarse sobre unas palomas. Ella tenía una demencia infalible que me asustaba y a la vez me atraía. Yo creo que la amaba. Cuando tomaba sol en el patio hacía algo raro con los dedos, como si tejiera en silencio una trama invisible. En el cuarto de internación coleccionaba recipientes pequeños y llenos de un líquido transparente. En el centro solía haber una virgen, un paisaje, una sirena. Si uno sacudía el objeto empezaba a caer una especie de nieve en forma de copos ligeros. Georgia tiene el pelo como líneas de crayones dibujados en la frente. Usa polleras largas, de vieja, y habla de trenes que van y vienen. Es su tema preferido de conversación. Cuando se hizo de noche, el día que la saqué del hospital, señalé una estrella que, le dije, está situada a diez mil años luz de la tierra. Eso quiere decir que tal vez no exista hoy. Puede haber estallado hasta convertirse en un agujero sin fondo. Estamos viendo el pasado, concluí. ¿Y cómo era yo hace diez mil años?, preguntó Georgia sin dejar de mirar hacia arriba y tejer agujas con los dedos. Cuando el cielo empezó a nublarse traté de hacerle entender que en ese tiempo ni siquiera existíamos. Inesperadamente lloró íntima y secreta. Entonces la abracé como queriendo armar un refugio que la salvara del desastre. La locura está afuera, Georgia. Afuera.
L.
L.
Gacela
Caminaba en silencio por la playa cuando encontré una gacela que dormía: ojos de nuez, pelitos finos, cejas resueltas en líneas desgarbadas. Sin hacer ruido giré en torno al animal de boca singular y patas largas. Me quedé quieto. Casi mudo. Pero la prudencia fue inútil. La gacela despertó, avanzó hacia mí y ya no supe qué hacer. Mientras pensaba en cosas vagas –un sonido de violín en el desierto- me senté en un manto ennegrecido por el humo. Las gacelas no lloran. Las gacelas no aman. Ella olió mi camisa, tembló al ver mis manos en declive, se hundió como una lámpara en el cielo. Transcurrieron las horas, los años, los peces. Por un instante quise escapar. Pero al final seguí esperando la noche. Con la última luz dibujé palabras que una ola menguante borró. Ahora la gacela y yo caminamos juntos por la orilla. No le hacemos mal a nadie. Pero hay alguien, sin embargo, que apunta desde lejos directo al corazón.
L.
L.
Tecnologías
Las tecnologías digitales trajeron consigo enormes ventajas que en realidad no son tales. Nadie puede perderse. Hay una aplicación en los celulares que permite ubicar las coordenadas exactas del otro y de uno mismo. Era hermoso perderse por falta de caminos. Era perfecto establecer una cita y poder no llegar nunca. Otra indudable ventaja que no es tal consiste en la comunicación constante. Ya nadie puede estar solo y en silencio en un cuarto cerrado. Ahora estamos en red todo el tiempo. Era hermoso poder estar solos y en silencio en un cuarto cerrado y con un libro abierto. Eso ya no es posible. La lista podría seguir hasta el infinito. Ya no podemos desnudarnos en privado. Era hermosa la intimidad cuando existía. Y cada cosa que hacemos debe ser compartida con la comunidad movistar o como se llame. No hay más personas sino fantasmas. Divinos fantasmas que no dejan de enviar mensajes incomprensibles. Nadie está donde está. Hubo un tiempo que fue hermoso. Fuimos libres de verdad.
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Zonas remotas
Hay en el cuerpo y el alma zonas remotas no muy fáciles de ver o sentir. Es inútil darse vuelta, sacarse fotos a uno mismo, primeros planos, colocar espejos de mano en sitios escondidos y secretos. Pasa también al escribir, por ejemplo, una autobiografía, apuntes personales o incluso diarios íntimos. Hay zonas oscuras y remotas que por alguna razón mencionamos apenas o directamente silenciamos. Tratamos entonces de redondear las cosas y escribimos para encubrir o embellecer lo roto. Los adultos son muy dados a resumir sus primeros años con la expresión infancia feliz. Se trata claro de una construcción posterior, consciente o inconsciente. Mejor no entrar en detalles. Juventud aventurera. El primer beso. Todo bien ordenado y clasificado por etapas. El primer hijo, el amor de la vida, la familia soñada y un presente lleno de encanto y de promesas. Cae sin embargo la lluvia detrás de la ventana. Y con ella también caen las máscaras, las evocaciones retocadas y los vestidos. Nos vemos de pronto solos y desnudos. Hay silencio en la escena. Buscamos entonces las zonas remotas del cuerpo y el alma. Y claro. Las encontramos.
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martes, 28 de octubre de 2014
Comer, dormir, decir tonterías
Los personajes de Chéjov (1860-1904) no son grandes personajes. Son mujeres y hombres triviales que sin embargo padecen esa trivialidad. El escritor solía decir que sus criaturas no eran muy diferentes a la gente común. ¿Y cómo es la gente común? Chéjov se limitó a decir una vez que lo único que hace la gente es comer y decir tonterías. La mayoría no recita poemas, no protagoniza actos heroicos, no se arroja a un abismo. Come y habla todo el día (y eso que entonces, siglo XIX, no había celulares). En las obras de Chéjov la gente se aburre, mira llover por la ventana, se enamora por un tiempo y después se desenamora. Algunos valientes intentan cambiar algo del entorno pero pronto se arrepienten. Otros tienen brotes de piedad y espíritu salvaje que duran poco. Decía el escritor que en literatura y arte dramático es importante que la gente entre y salga, coma y hable del tiempo, juegue a las cartas, copule, que todo sea tan complicado y al mismo tiempo tan sencillo como en la vida. La gente come -insistía- no hace otra cosa que comer. Pero mientras tanto va forjando su destino dichoso o destruyendo, también, su vida.
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Consumo
El amor no se consume. No se consigue ni en el supermercado ni en Internet. El amor está más allá de la satisfacción de una necesidad. Lo más importante que el amor tiene para dar no es comparable a una propiedad, un auto, una casa. De ahí nace la definición lacaniana del amor. Dar lo que no se tiene a quien no es. Importa la respuesta del otro pero no el otro como un bien utilizable. La respuesta del otro/a es más importante que la satisfacción de una necesidad. Y con eso no hay nada que hacer. Dos que se aman comparten un vacío. Se regalan mutuamente la nada que son. Y desde ahí construyen un puente que, como todo puente, puede caerse un día.
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Mosquitos
Hasta en el paraíso hay mosquitos. Lo supieron Adán y Eva pero también todos los que estuvieron en hermosas playas, lindísimos hoteles de cinco o seis estrellas, selvas lujuriosas, lunas de miel dorada y montañas de suaves pendientes. Enfrentados al insecto que pica y zumba algunos individuos se proponen acabar con él de una vez y para siempre. Aunque parezca increíble ponen en la tarea una energía digna de mejor causa, o sea, mucha más de la necesaria. Es tanta la fuerza malgastada, o mal administrada, que hasta se diría que los matadores de mosquitos se consagran al objetivo como si no hubiera nada más importante que hacer. Levantan altares. Casi convierten al insecto en un dios todopoderoso. En el camino pierden de vista las metas que realmente importan, las bellas sirenas que aguardan en la arena tibia, el espacio que conviene cuidar como lo más sagrado. En conclusión. Un mosquito es sólo un mosquito. ¿Para qué perder tiempo con él? ¿Por qué erotizarlo tanto? ¿Acaso no convendría colocar la fuerza vital y creadora en otra parte?
L.
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lunes, 27 de octubre de 2014
Sostener
Mi maestro de yoga insiste en que se debe sostener la postura. Dice que ahí está el secreto de la disciplina oriental. No se trataría entonces de cambiar constantemente de figuras o estiramientos sino de quedarse en el lugar y aguantar aunque duela. Todo este prólogo absurdo se relaciona con lo que va quedando de este blog en declive luego del ataque generado por el hombrecito gris o los hombrecitos grises. Nunca se sabe. Suspendelviaje ha perdido visibilidad en el mundo y también fronteras adentro. Eso dicen al menos las cifras internas de visitas al sitio. La barrera ética, estética y sinfónica impuesta por blogger influye en esos aspectos y este espacio se va convirtiendo en una estación de tren abandonada y sola, algo que los defensores de la moral y las buenas costumbres deben estar celebrando a su modo, quiero decir, la fiesta no debe ser muy divertida. ¿Se puede sostener un blog como quien mantuviera una laguna de agua estancada? Y si uno siente que ya no hay nadie o casi nadie del otro lado, ¿hasta cuándo podrá aguantar la postura heroica? Mi profesor de yoga diría que debo dejar de lado el ego y mantener la asana contra viento y marea. En apretado resumen. Sostener el blog aunque duela. Y tal vez el maestro tenga razón. Pero bueno. Quizás esté llegando el momento de dar un gran salto de equilibrista y retirarse hasta que vuelvan tiempos mejores. Como en el circo.
L.
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Querido diario II
Los diarios íntimos no están de moda. Eran más frecuentes cien o doscientos años atrás. Ahora las intimidades se vuelcan en las redes sociales. También en blogs y libros confesionales a la manera de memorias. Dicen que los diarios personales son cosa de mujeres. Es posible. Los hombres somos, en casi todo, hacia afuera. Y las mujeres son, en casi todo, hacia adentro. Componer un diario íntimo es dibujar un mapa virtual de la vida interior. En tal caso los textos clandestinos probarían la doble vida del autor, hombre o mujer. ¿Y quién no la tiene así sea en sueños? El diario íntimo puede ser visto además como un prodigio de hipocresía, chismes y banalidades. O como un género narrativo. O como una apuesta al futuro posible que algunos llaman posteridad. Se lo podría considerar, por último, como un depósito de desechos, fascinante y peligroso a la vez. Los mejores diarios íntimos fueron escritos por Kafka y Fernando Pessoa, este último bajo el seudónimo, o heterónimo, de Bernardo Soares. El de Alejandra Pizarnik, desparejo a veces, tampoco es desechable. Ningún diario íntimo es totalmente íntimo. Es un texto literario más donde la presencia constante del yo confunde un poco. Grandes obras de la literatura universal nacieron, curiosamente, con ese formato. Se habla a veces del diario íntimo como de un desnudamiento público o semi-público. Es más bien al revés. El autor empieza a escribir desnudo (vacío) y termina su obra casi completamente vestido.
L.
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Constelación
La dobló y la usó como a una adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como el desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y una sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.
Un amor
Un amor, si es amor, no tiene nombre. Es algo que sucede más allá del lenguaje y las ideas. Es la cosa en sí. Es el ser del tiempo, o, mejor, una interrupción bendita en el río del tiempo. Un amor, si es amor, no se deja ver con claridad. O deja ver solamente algunas partes. El resto es agua y menos tu vientre, dice el poeta, todo es confuso, raro y sin vida como la foto de un álbum. Un amor, si es amor, es ahora o no es nunca. No tiene nombre ni lugar. Y cualquier lugar es todos los lugares. Y cualquier instante es todos los instantes.
L.
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domingo, 26 de octubre de 2014
Los limpios
La mayoría de la gente se considera buena gente. En la bonita y mayoritaria categoría incluyo a torturadores, violadores, abusadores de sus hijos y nietos, egoístas y seres peligrosos de alta gama. Pero basta hablar con ellos o leer lo que escriben en las redes sociales (pienso por ejemplo en los autodenominados poetas) para que la idea quede clara. Los malos son los otros. Los tóxicos son los otros. La amenaza está afuera. Los sanos y limpios no tienen olor, jamás pensaron en algo sucio, son leales, finos, progresistas en política, rigurosos en educación. Los sindicatos docentes están hartos ya de recibir a maestros y profesores que han sido víctimas de acusaciones sobre abuso de alumnos y alumnas, dictado de contenidos ofensivos, exhibicionismo y todo tipo de perversiones. La mayoría de las denuncias suelen ser falsas pero aún así muchos maestros son despedidos de sus trabajos y estigmatizados por la sociedad como se ve, por ejemplo, en una extraordinaria película no por azar titulada La cacería. De nada sirven los argumentos en contrario. Las buenas almas son siempre buenas y puras. Hay incluso una mojigatería de izquierda que no tiene nada que envidiarle a la de derecha. Son iguales. Acusan sin fundamento o con fundamentos espurios. Señalan a los malos con el dedo untado en mierda. Destruyen vidas y trayectorias brillantes sin siquiera preguntarse nada. Mojigatería progre. Moralismo de entrecasa. Falsedad. Acabo de enterarme que la mayor parte de asesinatos, abusos y demás violencias se producen puertas adentro de las casas felizmente constituidas. Duermen todos con el enemigo. Son los enemigos. Pero se consideran, todos ellos, en público y en privado, los únicos seres puros y limpitos de la Tierra. Habrá que estar atentos y cuidarse, por caso, del hombrecito gris, blanco e inmaculado que denunció a este blog como portador supuesto de contenidos ofensivos.
L.
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Dos caminos
Consideremos el caso de Ernest Hemingway (1899-1961). Fue por lejos uno de los mayores escritores estadounidenses del siglo pasado. Consideremos su vida inabarcable. Cazador, corresponsal de guerra, alcohólico, amante de Marlene Dietrich, pendenciero de tabernas, pescador de aguas profundas, boxeador, amigo de la revolución cubana, en fin, un hombre que podríamos añadir sin error a la estirpe de los bárbaros geniales. Consideremos su obra. Por quién doblan las campanas, El viejo y el mar, París era una fiesta. O sus cuentos igualmente impecables (Los asesinos, Colinas como elefantes blancos, Padres e hijos). Estaba preocupado por lograr que sus palabras se desplacen como témpanos. Fue su marca. La dignidad del desplazamiento de un témpano -dijo- se debe a que sólo una octava parte de él aparece en la superficie. Ahí estaba el secreto de su prosa inigualable. Como el viejo pescador de su breve novela Hemingway buscaba al gran pez de la vida. ¿Lo encontró? Imposible saberlo. Ningún río es suficiente para un alma sedienta. De pronto Hemingway dejó de publicar y, en julio de 1961, se disparó un balazo de escopeta en el paladar. El mundo mata a los que no se rinden, escribió una vez en Adiós a las armas. A los demás también los elimina pero sin tanto apuro. ¿Cómo evitar que el mundo cumpla ese destino fatal?, se preguntó una vez Abelardo Castillo. En rigor no hay más que dos caminos, se respondió. Matándose uno mismo o escribiendo textos perdurables. Hemingway, por lo visto, eligió los dos.
L.
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Los enemigos
El giro conservador del gobierno argentino -alentado y potenciado en un contexto global de restauración de la derecha neoliberal en todas sus formas- se percibe en los actos pero también en los discursos oficiales. La presidenta Cristina habla ahora igual que sus enemigos históricos quienes desde los medios concentrados y hegemónicos convencieron a buena parte de la población acerca de la existencia de una supuesta puerta giratoria a través d la cual los presos comunes entran a la cárcel por una puerta y salen por la otra. Casi en coro la tribuna repite esa idea y, como tristemente ha pasado en la historia de la humanidad, se la termina por aceptar como hecho comprobado. La verdad es otra. La cantidad de personas privadas de su libertad en la Argentina supera las 65 mil, el número más alto en la historia de este país. Más de la mitad están en cárceles y comisarías de la provincia de Buenos Aires, una región que no tiene más que el 38,95 por ciento de los habitantes totales. Nueve de cada diez de ellos son seleccionados entre los sectores más pobres de la sociedad. Durante una audiencia convocada por la Corte Suprema de Justicia hace diez años, el entonces ministro de Justicia bonaerense Eduardo Di Rocco reconoció que nueve de cada diez no habían sido condenados y que el 29 por ciento de los procesos, de cuatro años de duración en promedio, terminan en absolución. Para decirlo más claramente. No se sabe si los 65 mil detenidos han cometido algún delito. Un alto porcentaje de ellos o no ha sido procesado o no fue sometido a juicio o no fue condenado. Otro punto irritante del proyecto oficial de nuevo código penal es aquel que permitiría la expulsión de extranjeros. La idea de culpar a los migrantes, o a una raza o etnia en particular, no fue inventada por las derechas latinoamericanas o por Cristina sino por un tal Adolf Hitler en los años treinta del siglo pasado. El pintor de brocha gorda, como lo llamaba Brecht, convenció al 99 por ciento de los alemanes de que la culpa de todo la tenían los judíos y los gitanos. Ya sabemos que al decir esto el nazismo no se limitó al discurso y dio lugar al holocausto. Ahora, también tristemente, el gobierno israelí emula con Hitler en sus discursos cambiando apenas el objeto a demonizar, es decir, los palestinos. El plan es eliminarlos dado que son los malos de una película mal filmada. La masa mira con odio hacia afuera. Pero el enemigo está adentro. Y si está afuera habrá que combatirlo no tanto con las armas del horror sino con la verdad, la justicia y la inclusión social.
L.
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sábado, 25 de octubre de 2014
Agua sexual
Y ya que estamos aprovechemos la dura advertencia de blogger acerca del supuesto contenido impropio de este espacio que para colmo tiene fondo negro. Aprovechemos que "algunos lectores", según se lee en la entrada, se mostraron ofendidos por los contenidos de Suspendelviaje y lo denunciaron para preservar del daño y el baño a las buenas almas. Aprovechemos además el sábado que es un día perfectamente habilitado para hablar de cualquier cosa, por ejemplo, de un inclasificable poema de Neruda no por casualidad titulado Agua sexual. El texto pertenece al que muchos consideran con razón el mejor libro del poeta chileno, o, mejor aún, su libro clave. Agua sexual es además el texto más feroz e inconveniente del conjunto. Bastaría reproducir los primeros versos para entenderlo. Rodando a goterones solos, a gotas como dientes, a espesos goterones de mermelada y sangre, rodando a goterones cae el agua como una espada en gotas, como un desgarrador río de vidrio (...) Veo puñales y medias de mujer, y pelos de hombre, veo frazadas y órganos y hoteles (...) Es como un huracán de gelatina, una catarata de esperma y de medusas. Como se ve no es un poema erótico ni nada parecido. Es apenas la sombría enumeración de un hombre cansado de ser hombre. Un poeta que entonces, cuando escribió Residencia en la tierra, tenía apenas 21 años y entraba al mundo luego de habitar dormitorios solitarios, sin cuadros en las paredes, lubricados en tal o cual rincón por espesos, muy densos, goterones de rara mermelada.
L.
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Sin mirar al costado
Escribo en el blog sin mirar al costado. Tampoco hacia arriba o hacia atrás o hacia abajo. Mucho menos hacia adelante. Escribo mirando apenas las palabras que van haciendo fila, una tras otra, dándose a veces la mano, escondiéndose, golpeándose, anulándose entre sí. No miro ni siquiera hacia adentro. Permanezco atento apenas al encadenamiento azaroso de frases que sin querer van armando un discurso extraño, una especie de secreto que se devela en el acto mismo de ocultarse. Escribo en el blog sin esperar posibles lectores, amigos, enemigos que denuncian contenidos ofensivos o amorosos. El blog convertido de pronto en un tren que ciegamente avanza en medio del campo o de la selva sin importarle nada más que los vagones haciendo fila, uno tras otro, dándose a veces la mano, escondiéndose, anulándose entre sí hasta llegar a la estación o hasta caer en el abismo. Sin mirar al costado. Como corresponde.
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Contra la cultura general
Es legítimo el deseo de alcanzar una cultura general. ¿Y qué sería eso? Supongo que se trata de saber un poco de todo. Nociones de física cuántica, literatura escandinava, cambio climático, sistemas políticos, genitales en todas sus formas y presentaciones, flores silvestres, pesca deportiva, filosofía antigua y moderna, técnicas de la natación, sociología básica, geometría, cartografía, quiromancia. ¿Y de qué podría servirme cargar la mochila con semejantes ladrillos? ¿Para tener temas de conversación de una reunión de gente culta y distinguida? ¿Para seducir a alguien? ¿Para adquirir seguridad ante los otros? ¿Para dejar de ser un ignorante y pasar a ser un sabio o casi sabio? Me gustaría poder responder a estas simples preguntas. De verdad me gustaría. Pero para hacerlo necesitaría poseer una cultura general que, en realidad, no me sirve ni para eso ni para nada.
L.
Palabras prohibidas
No sólo es cuestión de la censura exterior. Hace unos días este blog fue denunciado como ofensivo por un hombrecito gris que, al parecer, envenena los campos y tiene respuestas inofensivas para todo. Es, debe ser, un fantasma triste y sin alma que se jacta de sus bien cimentados valores morales. Después del dos viene el tres, el perro ladra, la lluvia cae, la suma de los ángulos interiores de un triángulo es igual a dos rectos. Pero dejemos al hombrecito gris y a su erección desvanecida. El verdadero enemigo está adentro. Las peores cárceles son las elegidas. Los silencios más graves son los aceptados con cabeza baja y sonrisa idiota y complacida. Silencios propios, cárceles propias, renunciar a ser y ganar el aplauso fingido de los otros. Despreciamos el paraíso por miedo a los mosquitos. Resignamos la vida para alcanzar una muerte cómoda. Nos perdemos el mar para no ser seducidos por sirenas con cola de pescado y pechos desnudos. Nos morimos de ganas de hacer y decir cosas misteriosamente encriptadas en la piel oscura. Nos negamos a pronunciar las únicas palabras que nos salvarían de las peores cárceles, es decir, de las elegidas.
L.
viernes, 24 de octubre de 2014
Enferma grave
Cenicienta de los géneros literarios, rara sobreviviente de una antigua edad, la poesía es una enferma grave a la cual se le toleran algunos caprichos a la espera de su virtual desaparición. La situación no es novedosa. Ya Platón aconsejaba a los griegos expulsar a los poetas de su República ideal. Un mundo perfecto no puede convivir con un género cuya esencia es la transgresión radical de los sentidos consagrados. Pero la poesía es más que eso. Porque además de llegar adonde los demás no llegan es por sobre todo una manera de ser y actuar. Así la vieron los surrealistas franceses en sus manifiestos iniciales. Nosotros no tenemos nada que ver con la literatura –decían-. El surrealismo no es una forma poética. Es un grito del espíritu que se vuelve hacia sí mismo decidido a pulverizar desesperadamente sus trabas. Desde esa visión el canto por el canto mismo desaparece y el poema se confunde con los actos. Custodios del mito y la memoria los poetas buscan la palabra perdida en el naufragio. Suponer que la poesía ha muerto sería como pensar que se acabó en nosotros toda posibilidad de convertirnos en lo que somos. ¿Será así? La cenicienta de los géneros ya ha fregado la vajilla y los pisos en su viaje de un largo día hacia la noche. Pero eso sí. Mientras espera que se anuncie la fiesta de su vida, no se resigna a dormir.
L.
L.
Cocodrilos
Veo televisión en la cama del cuarto. Ella quiere molestar y se arroja en posición fetal, pegada a mi cuerpo, fundida casi. De algún modo me obliga a seguir la marcada ondulación de su figura. Las nalgas se apoyan con firmeza en el hueco situado entre el torso y mi entrepierna. El pecho firme contra la espalda, las piernas igualmente unidas y todo así hasta conformar entre los dos un único animal que de pronto expande miembros y lenguas en un colchón ahora convertido en ola de azufre. En la pantalla están pasando El cazador de cocodrilos, un ciclo ya viejo conducido por un aventurero que de tanto provocar a los animales salvajes terminó electrocutado por la cola de una mantarraya. Hasta el momento en que se produjo la escena recién contada habíamos visto al hombre jugando con serpientes fatales, metiendo la mano muy adentro de la boca filosa de reptiles temibles, fatigando selvas pobladas de alimañas y montado en una tabla para jugar en el mundo más allá de tiburones y otras amenazas. Así se dieron las cosas y no hubo tiempo de apagar el televisor. Terminamos los dos convertidos en singulares especímenes de esos que raramente confunden veneno con aroma de flores.
El sacrificio
Algunos artistas, al igual que los héroes de otros tiempos, apostaron al sacrificio ejemplar. Fueron cristos del alma que en la puerta del horno se quemaron como quien se da entero a la manera de una ofrenda o un amor. ¿Una ofrenda para quién? Pienso por ejemplo en Van Gogh y su austeridad casi monacal en función de componer una obra luminosa e imperecedera. Pienso, claro, en Pavese, un escritor lúcido e irreductible como pocos. Ambos, Van Gogh y Pavese, se suicidaron. Los motivos no importan. El que se mata no necesita causas o razones. Los dos fueron sufridores ejemplares. No sólo por el padecimiento en sí sino porque encontraron un modo profesional de sublimar. El artista sufre como hombre, o como mujer, pero convierte el dolor en esplendorosas manchas, narraciones o poemas. Sueña con los ojos muy abiertos. La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida, escribió el italiano. Van Gogh envió cartas a su hermano Théo mientras pintaba álamos desnudos. En los casos mencionados la sublimación artística cedió en un momento a la ansiedad o a la incapacidad de soportar. No pudieron esperar. Los sufridores ejemplares debieron seguir sublimando. De haberlo hecho, tal vez, hasta habrían tocado una felicidad que sin ser eterna a veces nos visita. Porque para todos tiene la belleza una mirada.
L.
L.
jueves, 23 de octubre de 2014
Baldosas
Están muy viejos mis compañeros del Nacional Vicente López. No sé qué les pasó. Las hermosas jóvenes de ayer, esas que yo miraba con precisión de anatomista, son hoy señoras honorables pero cansadas. Los chicos potentes y alegres que jugaban en los recreos andan ahora con bastón o se sientan porque no pueden más. De todo eso me di cuenta en un acto reciente que tuvo lugar en la puerta de la escuela para recordar a quince desaparecidos en tiempos de la última dictadura militar. Los quince no están viejos. Son y serán jóvenes por siempre. Como parte del acto se inauguraron baldosas que recuerdan los nombres de los chicos y chicas asesinados. Observé que en la lista falta al menos un nombre que debió haber estado. Es el de Valeria Beláustegui, con la cual tuve en su momento fuertes discusiones políticas sin dejar por ello de admirarla en silencio. Valeria tenía una mirada equivalente a diez mil soles y una convicción que rajaba el aire. Otro de los secuestrados por el delito de sentir la vida fue José Flores. En algún sentido soy culpable de su muerte dado que yo lo entusiasmé para que se sumara a las filas de la revolución finalmente frustrada. Hablé con René, su hermano, y recordamos juntos el sombrío episodio. El caso que más me duele es el de Leonora Zimermann y no sabría decir por qué. Mi amigo Román se había enamorado de ella peligrosamente. Leonora era un hada o algo demasiado parecido a un hada. Fina como un junco dibujaba hermosamente. Era delicada y tenía un peinado afro de esos que enloquecen a cualquiera. También a mí. Pero no era solo el peinado. Ella era poeta sin saberlo. Y soñaba como tantos con un mundo donde no se escriban posteos como éste. Leonora. Dieciseis años. Dibujaba manos. Escribía cosas en papeles o en hojas de tréboles. La noche de la desgracia fue a su casa para no preocupar a los padres. Se la llevaron a ella y también a su hermana María el 23 de octubre de 1976. Los militares dijeron que apenas las retendrían unas pocas horas en una comisaría cercana. No fue así. Están muy viejos mis compañeros del Nacional Vicente López. Algunos usan bastón. Otros se sientan porque no dan más. Solamente Leonora y los quince o dieciseis o veinte desaparecidos de mi colegio siguen tan jóvenes como siempre. Y con ellos hablé esta tarde. Y con ellos seguiré hablando en todas las tardes y días y noches que me quedan de vida.
L.
Lenna
Conocí a Lenna por error. Era o debe seguir siendo la joven de lentes oscuros que hace años fue mi traductora en Helsinki y otras ciudades. Ella no es rubia ni tetona como sus compatriotas. Era o es delgada y fría. Sonríe apenas y lo hace como un deber de conciencia. Yo había viajado a Finlandia en mi asumida condición de geógrafo. Necesitaba datos para escribir un libro sobre países de climas extremos. En la oficina donde debía aparecer una tal Dana se presentó Lenna. El cambio inicialmente me fastidió. Pero no tuve a quién quejarme. Con el tiempo Lenna se convirtió en mi casa, mi perro, mi niñez. En el norte habíamos pasado más de cincuentas día sin ver el sol, circunstancia que aproveché cuantas veces pude para quitarle su pesada falda en las interminables veladas del hotel. Nada mejor puede hacerse en una noche del círculo polar. Con Lenna habíamos planeado conocer la región de los mil lagos. Pero al final terminábamos en el sauna o tomando cerveza en los bares de Turku. Fue en una aldea de esa zona cuando una tarde sonó el celular que Lenna guarda o guardaba en su cartera de piel de reno. Se levantó sin decir palabra, se despidió con un gesto que hoy me animaría a calificar de sobreactuado y desapareció de mi vida para siempre.
L.
Nadar contra la corriente
En todas las épocas existieron nadadores dispuestos a dar brazadas contra la corriente. Uno de ellos ha sido Henry David Thoreau. Escritor, filósofo y naturalista destacado el hombre nació en Concord, Massachussetts, Estados Unidos, el 17 de julio de 1817. Fue célebre por haber dejado la ciudad para irse a vivir a los bosques. En 1845 construyó una cabaña de troncos en las orillas del lago Walden y ahí, durante dos años, llevó una vida de trabajo, caminatas y estudio. Fue un hombre austero. Decía que durante la noche se orientaba en los bosques mejor con los pies que con los ojos. Se destacó en natación, pedestrismo, patinaje y remo. De baja estatura, constitución sólida, tez clara, graves y severos ojos azules, Thoreau se negó a pagar impuestos y fue preso por ello. No se avergonzó de su cuerpo. Al contrario. Se jactó de su fortaleza y practicó el nudismo sin saber que andar sin ropas tenía nombre. Sus contemporáneos cultos y atildados lo consideraron un anarquista y un salvaje. Permaneció siempre soltero, vivió solo, jamás asistió a una iglesia, nunca votó, no comía carne ni bebía vino. Había en su carácter algo irreductible y bello. Escribió libros hermosos -el mejor lleva el nombre de Walden- y en literatura se inclinó por los escritos primitivos, monstruosos y maravillosos. Rechazó la vida en las ciudades y los trabajos de oficina. Su última advertencia antes de morir (1862) fue un elogio de la vida incivilizada que practicó. "Si te designan empleado público en la ciudad -dijo- no irás a Tierra del Fuego este verano".
L.
L.
miércoles, 22 de octubre de 2014
Fidelidad
Está ese barco enorme que llegó al puerto sin aviso y con las luces apagadas. Parecía un buque fantasma pero no lo era. Aún con sus limitaciones pertenecía al mundo de las cosas reales y flotantes. Por alguna razón difícil de establecer arribó al puerto silencioso y lento como animal herido. Llegó al amarradero sin haber tocado una sola costa. Al parecer el viaje empezó en tierras lejanas y terminó muy cerca de una playa desierta. Al arribar la poca gente que aún permanecía a bordo fue tirándose al agua hasta que sólo quedó en cubierta el capitán, un sujeto oscuro y de pocas palabras. El hombre no quiso abandonar la nave y se hundió junto con ella o en ella como si lo hiciera adentro de una mujer. ¿Por qué? Por fidelidad.
L.
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Matamos lo que amamos
Clarisa, alumna de un taller literario, dice que odia la escritura. Dice que si se trata de decir algo lo ideal para ella sería hacerlo en voz alta. Quizás se refería a un programa radial, dado que estudia periodismo, o no sé, hablar con amigos, cerveza por medio, o conversar por celular. Dice que cuando era chica las maestras la felicitaban por lo bien que escribía cuentos, composiciones, informes, poemas, lo que fuera. Pero lo que pasó, pasó. Lo curioso es que Clarisa dice que odia la escritura por medio de palabras escritas en una pantalla y luego impresas en papel. Es cierto que ella podría alegar que lo mismo pudo haber sido dicho, cerveza por medio, en un bar, en una playa o hablando por un teléfono móvil en una calle de la ciudad. Un vez más viene Kafka en mi ayuda y me dice al oído que la escritura es más pobre pero más clara que la vida. Y a la reunión se suma Oscar Wilde, sin que nadie lo llame, y completa una idea escrita o hablada según la cual matamos a veces lo que amamos.
L.
L.
martes, 21 de octubre de 2014
¿Leer ayuda a escribir mejor?
Está la idea de que leer bien ayuda a escribir bien. Leer, hablar sobre literatura, asistir a cafés literarios, integrar grupos de escritores en Facebook, escuchar conferencias de grandes autores, tragarse las obras completas de Shakespeare. No creo que pase por ahí la cosa. Conozco a gente muy lectora que no sabe escribir ni una sola frase digna, ni un verso, ni un solo mail respetable. No sé por qué será pero está comprobado que la acción de leer no se traduce en textos hermosos. Leer es bueno solamente si se lo hace por amor personal al texto y el autor elegidos. En tal caso, sin buscar enseñanzas ni mensajes, la lectura abre horizontes, pensamientos, puertas hacia otras vidas posibles. Pero eso no va a traducirse nunca en una prosa respetable. Para el que ya escribe, en cambio, la lectura es buena compañera de camino. Es como navegar en un barco acompañado por buenos tripulantes. O como compartir un universo común. Pero una cosa no asegura la otra. También conozco a gente que casi no leyó nada y se anima a decir las cosas sin rodeos ni uso de palabras raras. Unos pocos libros alcanzan para vivir en la isla de Alicia. La escritura, a su vez, es un duro trabajo con palabras y solamente con ellas. No nos salvan ni los libros ni las experiencias extremas ni la felicidad ni el amor ni nada que no sea escribir un poco cada día, como aconsejaba Isak Dinesen, sin esperanza ni desesperación.
L.,
L.,
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