martes, 25 de octubre de 2011

Periodismo impotente


Más allá de consideraciones políticas los resultados de las recientes elecciones presidenciales en la Argentina mostraron y demostraron la inutilidad del periodismo. Lamento decir esto por mis colegas que viven de ese oficio y también por mis alumnos que lo estudian con la idea de que a partir de ahí van a cambiar el mundo o algo parecido. En las redacciones de los grandes diarios se vive también de la ilusión de ejercer cierto dominio sobre la gente. Los editores creen conocer las necesidades del lector y suponen que tienen poder sobre la opinión pública. No hacen falta demasiados argumentos para demostrar que esa idea carece de todo fundamento. Cristina no debió haber arrasado en los últimos comicios a juzgar por la campaña sistemática ejercida contra ella por diarios, radios y canales poderosos. Cada semana se le atribuía a la presidenta un crimen mayor. Sólo faltaba que la acusaran de puta, montonera y mafiosa. Paralalemente se publicaron decenas de libros periodísticos muy vendidos que acompañaron fielmente la fábrica de mentiras parciales o totales. Sus autores deben sentirse hoy desconcertados. En los diarios no sabrán donde esconderse. Acaso ignoran que el receptor de los mensajes no es un ser amorfo y neutro como imaginan. No es una tábula rasa. Al contrario. Se trata de una persona que piensa, experimenta, observa, duda y decide como cualquier ser humano. El periodismo no cambia la historia y ni siquiera puede influir ligeramente en ella. Tarde o temprano el castillo de arena se derrumba por acción de las olas. Hay lindas definiciones del periodismo ejercidas con ironía aguda. Una es de Chesterton. El periodismo consiste esencialmente en decir Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo. Y una más corrrespondiente al genio filoso de Oscar Wilde. La diferencia entre literatura y periodismo consiste en que el periodismo es ilegible y la literatura no se lee. Por ahí va la cosa.
L.

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