martes, 4 de octubre de 2011

Camino negro


Ha caído la noche. La mujer está desnuda, boca abajo y tendida en una cama no tan larga como ella. Los pies, suspendidos en el aire. Una luz débil atenúa las sombras. Las formas se dibujan leves en la sábana. El hombre está desnudo, boca arriba y próximo al cuerpo tibio y ausente. Fuma. Observa desde lejos ese montón de signos definitivamente ajenos. La mujer duerme, o parece que duerme, y un olor animal impregna la escena. Irrumpe entonces algo que podría ser viento y la piel de la mujer se eriza. El hombre deja de fumar y con uno de sus dedos recorre la curva ennegrecida que se abre lenta y obscena como si supiera. El dedo se mueve desde abajo, el pubis aplastado en la sábana, queriendo entender la línea que arriba se bifurca en considerables esferas. Avanza a tientas por una especie de jardín abandonado donde el pasto hubiera crecido sin orden. Luego se abandona en la humedad que el hombre acaba de infundir en la zona incomprensible. Pero eso ya es pasado y la noche ha caído en la habitación. Ahora el dedo se desliza por un túnel cercado de carnes blandas, sin forma. Permanece ahí, desaparece unos segundos y el hombre siente algo especialmente denso que lo envuelve hasta diluir el movimiento. Los muslos de la mujer, hasta recién pegados, no se tocan ya. El dedo reposa en el fondo y oscila entre paredes aceitosas. Se detiene y vuelve a hurgar hasta librarse en parte de una telaraña espesa. Cada tanto una hondonada altera en parte el recorrido. Pero la deriva continúa. El hombre presiona distraídamente hasta llegar a la orilla de un ojo clausurado. Su dedo no descansa, presiona y convence a las durezas que por fin se ablandan y ceden. El hombre arremete hasta alcanzar un punto ciego. Sólo por instantes retrocede pero al cabo se hunde con imprevista decisión. Sale por fin y el dedo que ha viajado en soledad se une a los otros, la palma ahuecada por las nalgas tensas, en una escalada que avanza como si buscara a la mujer que duerme o parece que duerme mientras un ventarrón, allá afuera, cierra las ventanas del mundo y de la noche.
L.

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