Dentro de la infinita lista de lugares comunes, que también son pensamientos comunes y hasta actos igualmente convencionales, figura el sexo ejercido bajo la lluvia. Al menos en Argentina la idea está muy instalada. Se supone que si una pareja “lo hace” mientras caen gotas de lluvia contra un techo de chapas, porque el techo indefectiblemente debe ser de chapa y no de loza o amianto, la coincidencia tendrá efectos benéficos para el trámite amoroso. Pero el placer de los cuerpos no depende de la lluvia ni del sol ni de la cercanía del mar. Depende más bien de una amplia gama de factores que no hace falta detallar. El mito de hacer el amor bajo un techo de chapas evoca un acto habitual entre los pueblos primitivos tendiente a realizar encuentros sexuales en zonas próximas a las cosechas. Pensaban que el esperma que fecunda a la mujer, que es tierra y también es vida, revertiría por contagio la esterilidad de los campos embarazándolos de trigo. La idea es extraña y hermosa a la vez.
L.
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