lunes, 22 de febrero de 2010

Blues del que no vuelve a ningún lado


Perdí mi casa, murió mi perro, viajé a Moscú, a Ushuaia, a Yucatán, a Martín García y a la Sierra Nevada de Santa Marta. Un día salí del hogar paterno y no tuve a qué volver. De pronto uno se ve sin padre ni madre ni hermanos ni abuelos. No hay ni dónde pasar la Navidad. Y esto que puede sonar triste y desolador ha sido y es mi plataforma de lanzamiento. Vivo gracias al vacío sin fin. Y la intemperie es mi abrigo. Se borran las estaciones pero no el tren ni las vías. El amor y la revolución ya no son mis objetivos. Pero voy hacia ellos como el barco ebrio de Rimbaud. Con el tiempo el deseo tomó formas diversas. Hoy se reparte en nubes de viento y lluvia. Soy un mago sin galera y sin carnet. Nada por aquí/nada por allá. Aparte de eso (como dice el poeta) llevo en mí todos los sueños del mundo.
L.

3 comentarios:

  1. De alguna forma, no tener nada es un buen comienzo para ser libre.
    Abrazo.-

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  2. Esa frase dijo mi abuela mientras intentaba prenderse fuego, "no tengo a qué volver, quiero morir"

    Después de ver la desesperación en sus ojos, invento razones para querer volver, quizás por eso, la ficción es mi plataforma de lanzamiento (¿hundimiento?)

    Perdón por salirme del relato con algo tan personal.

    J.

    PS: el amor y la revolución son pretensiones de spot publicitario, me alegro que ya no sean sus objetivos. ¿Ahora son sus sueños?

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  3. Disfruté mucho de este post y de Bendito accidente. Ambos me dejaron pensando. Inclusive sobre cosas que pasaron hoy. Uno que a veces cree que pierde el tiempo en algo y no es así...
    S.

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