Los zoológicos aparecieron en el mundo cuando los animales empezaron a desaparecer de la vida cotidiana. Hoy esos lugares de reclusión son visitados cada año por millones de personas. Van arrastradas por una curiosidad tan vasta como imprecisa e impersonal. Miran a los animales, pasan de una jaula a otra, caminan como lo harían en una galería de arte. Pero en el zoo los cuadros que se ven son falsos. Parecen imágenes desenfocadas. En los zoológicos los animales constituyen un monumento vivo a su propia desaparición. La mirada del visitante no se encontrará jamás con la del animal. Los ojos vacilarán, pasarán de largo, mirarán sin ver más allá de los barrotes. En este punto reside la consecuencia última de la marginación. Aquella mirada entre el hombre y el animal, esa mirada que desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la sociedad humana (y con la cual habían vivido los hombres hasta hace menos de un siglo) esa mirada se ha extinguido.
John Berger
Qué buen texto el de Berger. Me dan tristeza los zoológicos. Recuerdo un grafiti que leí en la puerta del zoo de Buenos Aires poco antes de que lo borraran: ¡libertad a los animales! Desaparecen los bosques y los animales. Quedan los celulares multifunción...
ResponderEliminarMica
Es cierto. Sólo vemos naturaleza en Animal Chanel, es decir, mediatizada. Quizás alguna mascota en casa y después los ojos muertos de las corvinas que nos miran fijo desde la pescadería. Qué triste.
ResponderEliminarSilvio
Siento algo especial cuando mi mirada se cruza con la mirada de un animal. Hay algo ancestral en ese vínculo que solo considero legítimo cuando hay condiciones de espacio y libertad. Un animal encerrado en un zoológico adopta la peor de las características humanas: la apatía. Lo que ahí ahí ya no es un ser vital sino un objeto que el hombre, en su empeño por controlarlo todo sin involucrarse, termina extinguiendo.
ResponderEliminarHermoso post.
Xiomara