viernes, 26 de febrero de 2010

El país más feliz de la tierra


Los grupos armados en Colombia han encontrado su mejor aliado en la pobreza. Muchos jóvenes no tuvieron otra opción que sumarse a tres bandos que se enfrentan sin objetivos claros: las FARC (narcoguerrilla disfrazada de izquierda), los paramilitares de extrema derecha y el ejército. En los tres casos los “combatientes” son gente sin futuro ni educación. Casi niños. Buscan en las armas una manera de obtener dinero y poder. El resultado de esa guerra alimentada por el narcotráfico no podría ser peor. Más de 30 mil desaparecidos, 20 mil muertes violentas anuales, dos millones de hectáreas de selva destruidas, tres millones de desplazados. Años atrás se descubrió que integrantes del ejército engañaron y asesinaron a más de mil jóvenes para hacerlos pasar por guerrilleros. El fenómeno se conoció como falsos positivos. En la jerga militar “positivo” significa enemigo muerto en combate. Lo ocurrido es resultado de una perversa estrategia alentada por el presidente Uribe. El plan consistía en premiar con dinero y ascensos a soldados, coroneles y generales que mostraran resultados concretos contra la guerrilla. ¿Cómo ganar recompensas sin tener que enfrentar al enemigo? La respuesta estaba en los pobres. Varios efectivos se internaron en Soacha (sector marginado de Bogotá) a la caza de jóvenes hambrientos. Les prometieron dinero y trabajo. Una vez reclutados fueron llevados a zonas alejadas de la ciudad donde los mataron a todos. Las madres empezaron a investigar y descubrieron lo que les pasó a sus hijos. Pocos uniformados (todos de bajo rango) fueron castigados. Algunos han sido premiados. Es el caso de Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa y probable futuro presidente del país. Colombia es uno de los países más felices del mundo. Lo dice una encuesta reciente. No hay secreto. Basta pasar lo falso (la mentira) a positivo…y la felicidad será completa.
Andrea

8 comentarios:

  1. Me parece increíble lo que contás, Andrea. ¿Por qué esos hechos no se difunden en la prensa argentina? Yo tenía una idea equivocada sobre la realidad colombiana. Pensaba en el realismo mágico, en las fiestas, en el caribe...¡Qué dolor! Gracias por abrirme los ojos.
    Juan Pablo

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  2. El conocimiento acerca de estos hechos, ¿haría menos feliz a los ciudadanos colombianos? Creo que sí, ¿a los hombres colombianos? Creo que no. El dolor y el asombro por el dolor ajeno, deja pocas huellas en el alma de los hombres. Al menos en la mayoría de nosotros. La indignación dura poco, lo concreto de nuestra vida nos corre.

    ¿Esto es realmente novedad? ¿qué guerra existe sin estos atropellos? La realidad de la bestialidad del hombre, dejó de ser noticia. Me impactó más la cruda verdad de la última frase de Andrea, que pensar en las víctimas de la guerra. Soy un pequeño monstruo. Me duele no sufrir la muerte de los inocentes, no sufrir la pobreza, parece que aunque la tragedia pegue cerca, no genera conciencia en mí, sino desánimo: el mundo fue y será una porquería, ya lo sé...

    J.

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  3. El fenómeno de la felicidad colombiana, creo que esta cimentado en la pérdida de la memoria, y la esperanza (absurda) de un futuro mejor tejido por malabaristas. La crueldad, el egoísmo, la mediocridad y la insensibilidad ha causado estragos inimaginables; permitido por nosotros mismos hemos dejado avanzar la corrupción y la desigualdad a un extremo incontebible que pareciera sin reversa.

    Andrea, que valiente sos poniendo en evidencia nuestra realidad, que se suprime en los medios de comunicación. Sobretodo, en un momento tan decisivo para este país: Ahora que se ha salvado del abismo nuestra constitución (Al ser anulada la posibilidad de reelección del Sñr Prt) hay que hacerle frente a la democracia y a la legitimidad, abriendole la posibilidad a Colombia de sobrepasar los conflictos de otro manera. Claramente, la violencia no mata violencia como lo han pretendido.

    Un abrazo Andrea, Luis.

    ATT: UN COLOMBIANO.

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  4. En Colombia elegimos presidentes y funcionarios públicos como mi mamá elegía empleadas del servicio, decía que así no hicieran nada lo importante era que no robaran. Y por eso es que somos ‘felices’: porque ignoramos— y porque nos gusta ignorar—; porque confundimos patriotismo con patrioterismo, limitando la cultura a ser sólo platos típicos, música y futbolistas. ¿Cómo poder olvidar las masacres de Mapiripán y de Chigorodó? ¡Pues fácil: viendo telenovelas! El concepto de pertenencia dura lo que dura un virgo en un cuartel, como decía doña Rosa, la única empleada honesta que tuvimos, que ni robaba ni trapeaba ni barría y que lógicamente fue la que más duró.
    Pero mejor vuelvo atrás para seguir adelante, iba en que nuestro amor patrio es tan, tan, tan largo como lo permita el noticiero. Sobre todo cuando empieza la sección de farándula, que es el momento preciso en el que sacamos pecho y ufanamos lo orgullosos que nos pone que Shakira gane un Grammy. Ahí se acaba el tormento de tener que ver soldados mutilados, y entonces tapamos con tierrita tanto los muertos como su recuerdo. ¡Que se arreglen como puedan los que puedan, que se maten que total eso no es mío y nunca voy a ir por allá! Por ahora el aire no es muy caro y por tal la valorización de las tierras en la Amazonía se demora. Entonces como no invertimos no lo vemos, y pues no nos importa.
    Las campañas electorales constan de criticar al otro sin hablar nunca de uno, y si por equivocación— remotísima posibilidad de ello— osan proponer algún cambio, prometerán que la gallina dará más huevos, que la vaca dará más leche y que seguro ganaremos el mundial. ¡Pero nada!, Las promesas se quedan en efímeras secuelas que desaparecen entre la bruma de lo real; y como somos desmemoriados ya mañana habrá más noticias, saldrá primero Montoya en la Nascar, algún actor dejará embarazada a una modelo conocida y respetada; y lo más probable es que aparezcan dando cantaleta otros cuarenta o quinientos desplazados campesinos pidiendo comida en los semáforos. Para eso lo más aconsejable es comprar una camioneta con vidrios polarizados, mientras más grande mejor, y que haga mucho ruido y tenga MP3, así los niños chiquitos, que son a quienes sus padres mandan a mendigar, no alcanzarán la ventanilla y no los podremos ver; y como lo que no vemos no existe, pues adiós pobreza y desplazados. Es que es fácil ser feliz en Mi Colombia, una patria apasionada, echa’ p’adelante, que disfruta sus mil quinientos días festivos con foforro, plomo y aguardiente. ¿Así quién no puede ser feliz? Yo sí.

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  5. Ahora Uribe no puede reelegirse...Me pregunto si el "remedio" de Juan Manuel Santos o Uribito no será peor que la enfermedad. Felicitaciones Andrea por tu claridad y valentía.
    Clara Robles, de Envigado, Colombia.

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  6. Muy buena nota, Andrea. Cojonuda.
    Seguro que si fuera para publicar en algun diario la recortarían brutalmente.
    Comparto tu dolor en eso somos compatriotas,
    saluti
    e

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  7. Me pregunto qué proporción existe entre la felicidad de los colombianos y su estupidez. Y, sean cuales fueren las cantidades de cada sustancia, veo cómo sus niveles crecen cada día. Más noticias de falsos positivos, de fosas comunes, de corrupción, de asesinatos selectivos a periodistas, trabajadores, homosexuales... Más violencia callejera, más carelocos deambulando... Mientras el exministro de Defensa aparece de primero en las encuestas, y el presidente es ovacionado en la inauguración de los Juegos Suramericanos. Me pregunto qué relación hay entre la estupidez, la ceguera y la sordera. Si quienes ovacionan comparten la condición de los ovacionados, o son tan inocentes como para caer en la trampa de su apariencia bondadosa. Nada importa mi desconcierto, mis "compatriotas" seguirán bebiendo litros de aguardiente para celebrar su felicidad.
    Paloma Pérez

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  8. Sabés que no soy colombiano, Paloma. Pero tu país se me fue imponiendo en la vida y comparto tu indignación. Quiero suponer que no es sólo la tuya. ¿Minoría silenciosa? Puede ser. Pero no todos callan, no todos ovacionan, la ceguera nunca es total. Un abrazo desde Argentina, un país donde no estamos tan lejos de lo que decís. Lo digo, claro, con tristeza. Luis.

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