lunes, 22 de febrero de 2010

Blues del que vuelve acompañado a casa


Verónica (una rubia alta y delicada) tuvo la fortuna o la desgracia de volver de una salida acompañada. Fue en la noche del viernes último. Había ido al estreno de la obra teatral de un director amigo. Al salir fue a cenar con él, su mujer, que no paraba de hablar, y un crítico especializado. La pareja invitó al joven de anteojos y barba candado con fines obvios (que elogiara en el diario esa horrible versión de Medea), y, entre las discusiones absurdas de la pareja y los comentarios culturosos del supuesto especialista, Vero casi se duerme. A la salida el panorama mejoró. El crítico la llevó en auto a su casa de Palermo Soho y (lo de siempre) un beso destinado a la mejilla terminó en la boca, después el consabido querés subir, la ropa en el piso, vamos a mi cuarto. Ayer recibí un mail de Verónica donde resume lo ocurido. “Me sentí una boluda desnudándome ante un extraño –dice ahí-. El tipo tenía un cuerpo de gimnasio. En la cama parecía un atleta cumpliendo una disciplina. Y yo como si no existiera. Cuando terminó juntó sus cosas, dijo que la esposa lo esperaba y tuve que bajar a abrirle. Después volví, me duché casi una hora y fui a dormir”. Más le hubiera valido a Vero (como a Medea) irse al exilio, dedicarse al encantamiento de serpientes, vengarse del infiel Jason, hacerse inmortal y casarse con Aquiles.
L.

1 comentario:

  1. Por las noches la soledad desespera, dice Gustavo Cordera, y algo de eso hay.
    Sin juzgar la relación casual o el sexo llamado "express" -no veo nada malo en eso, de hecho tiene su costado hermoso-, a veces me aterra mucho la impersonalidad con la que los amantes se tratan. El frío de los besos sin ganas, el sabor a poco del orgasmo acelerado, el ignorar al otro, como cuenta Itatí, son actitudes horribles, para con el otro y para con uno mismo. No nos merecemos ese tipo de desenlaces.


    Saludos.


    Diego S.

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