Alejandro Bohn y Marcelo Kemeny (dueños de la mina San José y de la empresa San Esteban a cargo de la explotación) deberían afrontar algo más que una comparecencia parlamentaria donde pidieron perdón por el derrumbe que mantuvo a 33 hombres sepultados. La felicidad por el rescate no entierra las causas de la tragedia. Las condiciones de inseguridad eran evidentes, conocidas y reiteradas en Copiapó. No había en la mina ni escaleras de emergencia. La empresa San Esteban, especializada en la extracción de oro y cobre, intentó salvarse con un pedido de quiebra. Cabe recordar que la operación de salvamento costará algo más de siete millones de euros. Bohn y Kemeny han estado un mes desaparecidos. No se presentaron jamás en la mina accidentada. Demoraron cinco horas en dar aviso tras el derrumbe y retrasaron la entrega de mapas y otros materiales a los geólogos y expertos en el rescate. Lo hicieron por temor a que esa documentación vital dejara al descubierto inclumplimientos, carencias de seguridad y trampas criminales.
¿Por qué será que estas cuestiones de indiscutible peso interesan
tan pero tan poco al periodismo sensiblero de estos días?
L.
No interesa porque lo importante tarda años en resolverse, si es que alguna vez se resuelve. No interesa porque tampoco se aguantan los aguafiestas en medio del delirio que produce un milagro. No interesa porque el periodismo tiene una memoria muy corta y un afán constante de novedad.
ResponderEliminarCoincido con este post. Poco que agregar. ¿De qué modo evaluaron la viabilidad de esta excavación? Los resultados lo demuestran. Sin embargo hasta ahora no han habido informes que profundicen el origen de la tragedia.
ResponderEliminarGraciela B