El gesto distanciado y frío de Fernando Pessoa se desarmó por una única vez. El poeta estaba en la oficina acompañado por una empleada llamada Ofelia Queiróz con quien apenas había tenido trato. Hasta el cadete se había ido. Fernando fue a buscar una lámpara de petróleo. La encendió y la puso encima del escritorio. Un poco antes deslizó una cartita sobre el escritorio de Ofelia donde se leía un pedido perentorio: le ruego que se quede. Ella obedeció pero cuando se hizo tarde se puso el saco y se despidió precipitadamente. Entonces Pessoa se levantó, con la lámpara en la mano y, de repente, empujó a la mujer contra la pared. Sin que ella lo esperase la agarró por la ciuntura, la abrazó y, sin decir una palabra, la besó apasionadamente como si estuviera loco. Fue, quizás, el único instante en que el amante visual se tornó desmesuradamente carnal.
L.
¿Cuál de todos los Pessoa habrá ido a buscar la lámpara de petróleo? ¿Ricardo Reis, Bernardo Soares, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos? ¿Cuál la habrá besado?
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