domingo, 24 de octubre de 2010

Si viviera



Hay una canción del cantautor cubano Frank Delgado donde se pregunta qué pasaría hoy si el Che viviera. Más pertinente sería imaginar qué haría o pensaría Ernesto Guevara en las actuales condiciones. Si viviera realmente tendría 82 años. Sería tal vez un abuelito cansado de guerrillas que miraría el mundo con justificado estupor. Ya no se ven por ningún lado situaciones revolucionarias al estilo de los sesenta y setenta. Es verdad que no cesaron las luchas parciales ni se apagaron las utopías por completo. En todas partes hay gente que actúa contra la globalización del egoísmo y en defensa de algún grado de dignidad. El imperialismo, debe admitirse, ha triunfado a escala mundial. Y el mal llamado socialismo real se derrumbó. El hombre tomado así, genéricamente, se ha tornado un enemigo de sí mismo y del planeta que habita. ¿Qué cambiaría si el Che viviera? ¿Volvería a montar a Rocinante con la adarga al brazo? ¿Dejaría de mirarnos fíjamente desde remeras y paredes?
L.

2 comentarios:

  1. Yo creo que si el Che viviera se pegaría un tiro o trataría de que alguien se lo tire a él. Revolución o muerte.
    Lalo

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  2. Acerca de los héroes colectivos...

    Un oscuro día de justicia (Por Mario Wainfeld)

    El cuento se llama “Un oscuro día de justicia”. Rodolfo Walsh lo escribió en 1967, aproximadamente, y transcurre (como otros formidables relatos del autor) en un colegio pupilo manejado por curas irlandeses. El celador Gielty es el malo del relato, un preceptor sádico. Los protagonistas de la narración son los pibes internados a quienes Gielty mortifica y hasta obliga a pelearse entre ellos. Gielty es el enemigo pero no tienen cómo controlarlo o limitar su poder. Una de las víctimas favoritas de Gielty, el pibe Collins, le escribe una carta desesperada a su tío Malcolm. Malcolm le promete que irá al internado el domingo y que “trompearé al celador Gielty hasta la muerte”. El tío, a quien ninguno de los pupilos conocía, se va transformando en su ilusión, su referente, su ídolo.
    Efectivamente Malcolm llega, desafía a Gielty. Los pupilos hacen de tribuna. La pelea comienza, Malcolm lleva las de ganar, los jóvenes se entusiasman y hasta lanzan una ovación. Malcolm agradece los vítores, saluda, se distrae... “Allí –narra Walsh– terminó la felicidad, tan buena mientras duraba, tan parecida al pan, al vino y al amor.” Gielty se rehace, da vuelta el combate, lo lleva a un costado para destrozarlo.
    Entonces, cierra Walsh, mientras todavía sonaban las piñas, “el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”. Walsh llamó, por primera vez en todo el cuento, “pueblo” a los jóvenes para que la parábola fuera más evidente.
    Ellos y sólo ellos podían -debían– doblegar a Gielty.
    El relato que he sintetizado en exceso, para ir en pos de su moraleja, era una alusión evidente a los liderazgos de la época.(...) No era un alegato contra los héroes –Walsh mismo lo explicó así– pero sí una definición drástica, que el propio autor resaltó en un memorable reportaje que le hiciera Ricardo Piglia: no es el héroe el que hace la revolución sino “el pueblo cuyo mejor representante es el héroe”.

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