martes, 26 de octubre de 2010

Peces de papel


Esos días no habrían sido tan buenos sin mi prima Angélica. Cuando entraba en la casa de mi abuela lo primero que yo hacía era buscarla en su habitación. Siempre la encontraba mirando por la ventana como quien espera la llegada de alguien sin saber quién. Ella sonreía al verme. Luego me daba detalles del juego del día. Podíamos ir a la alberca y atrapar los peces de papel que había estado dibujando la noche anterior. Podíamos levantar piedras del jardín para descubrir la extraña organización de los ciempiés. Pasábamos horas y horas construyendo habitaciones, puentes y autopistas que los insectos se negaban a transitar. Y todo así hasta que el frío de la tarde nos obligaba a regresar a casa. Era entonces cuando llegaba el instante preferido y maldito a la vez. Mientras los adultos tomaban el café de las cinco, nosotras nos encerrábamos en el baño para observar clandestinamente las fotos del álbum que mi abuela ocultaba en el estante más alto de la biblioteca. Desfilaban imágenes de gente que no conocíamos. Inventábamos historias sobre fiestas transcurridas hace tiempo, bodas pactadas, traiciones, indecencias. Apenas sentía que la conversación de los grandes estaba a punto de terminar, Angélica pasaba las páginas del álbum con rapidez hasta llegar a su foto preferida: la de una mujer joven mirando por la ventana como quien espera la llegada de alguien sin saber quién.
Andrea

3 comentarios:

  1. Me transportaste sin escalas a la casa de tu abuela, gracias.

    Sobresale tu estilo muy fino y atinado de contar las vidas.
    creo que de mis preferidos, desde el título.

    Florisse , saludos desde Tijuana

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  2. Imposible no preguntarse si ese alguien llegó algún día. Tal vez no importe pero ¿cómo resistirse a preguntarlo?
    Hermoso texto Andrea.
    Graciela B

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  3. Excelente relato familiar, Andrea. Siempre te las ingeniás para crear belleza a partir del recuerdo.
    Pez

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