Cuando murió mi padre y mi madre decidió con justicia la disolución del clan, me dediqué febrilmente a las hogueras. En el fondo del jardín alcé montañas de palos, libros, papeles, carpetas, bolsas y fotos con el plan de prenderle fuego a todo. No niego que había un secreto placer en mi labor de incendiario. El trabajo fue duro y puse la mayor energía en la tarea. Entonces no sabía que la fiesta del fuego se remonta a los orígenes del mundo. Ahora aprendí que si hay algo con lo que no se puede bromear es, justamente, con el fuego. Habrá una noche de burbujas en la tierra y fumarolas en el cielo. Y un pan de nubes que en la puerta del horno se quemará para siempre. Pasado el incendio quedarán huellas del tiempo como cenizas de una hoguera. Recién después (después) iré al jardín del fondo para alzar nuevas montañas de días, noches y desilusiones.
L.
Para Andrea.