La historia del amor en Occidente puede verse como un doble proceso de liberación y sublimación. Eros es un dios creador y destructor. A veces es mortal y a veces, también, cubre de flores el jardín. Hombres y mujeres viven definidos por el signo cuerpo y el signo no-cuerpo. En Provenza, cuna del amor cortés, jamás se negó lo corporal por completo y la sublimación adquirió formas equívocas. La más curiosa entre ellas fue la ceremonia del asag, una serie de pruebas que culminaba en la contemplación de la dama desnuda. El enamorado podía tenderse en el lecho junto a ella aunque sin consumar la unión sexual (coitus interruptus). En Florencia la sublimación fue más estricta y la relación entre los amantes consistía en una suerte de copulación visual. Pero la represión es en todos los casos contraproducente y se resuelve casi siempre en estallidos o en duplicidad moral. Dante vivió fuera del matrimonio pasiones lujuriosas y Petrarca tuvo dos hijos naturales de distintas mujeres. La castidad (como se ha visto en iglesias, cuarteles y conventos) acaba por pervertir el cuerpo y el espíritu. Liberarse -en cambio- parece la opción más pura, enriquecedora y honesta.
L.
Muy buen post. Muy ilustrativo. Y de acuerdo con la idea. La sublimación, de todos modos, no está mal si da lugar a una obra creativa. No siempre conviene realizar las fantasías. A veces es mejor privarse del cuerpo y producir arte con eso no concretado.
ResponderEliminarStella M.
No sé si el amor puede desligarse de lo corporal y si la consumación termina siendo un ingrediete necesario pero a la vez fatal que culmina con la destrucción del amor.
ResponderEliminarCreo que -consumado o no- el amor está irrevocablemente condenado a su fin. Precisamente porque al terminar se realiza. Se concreta.
Margot.