Por breves instantes una mujer y un hombre dialogan desde sus autos. Alcanzan a decir pocas palabras mientras el semáforo en rojo los contiene. La carrera continúa y vuelve a convertirlos en náufragos de un cuento inconcluso. La escena evoca el diálogo entablado en salas virtuales para solos y solas. Quién lo probó ya sabe. Los navegantes adoptan nombres que pueden no ser los verdaderos, una personalidad y edad que también suelen ser falsas. Se establece así un contacto flotante y efímero. ¿Hay alguien ahí? Las voces convertidas en grafismos imperfectos acuden al llamado. El espacio empieza a llenarse de onomatopeyas, signos, bromas, ruegos y ofertas calientes que el anonimato habilita. La conversación suele terminar de pronto y en el mejor momento por causas diversas. La pantalla se oscurece y los virtuales amantes vuelven a preguntarse, una vez más, si de veras hay alguien ahí.
L.
L.
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