Las novenas perdieron sentido en mi casa desde que prohibieron la pólvora. Para mi padre lo más importante era prender lucecitas, chispas, volcanes de fuego. Mi madre defiende la idea de rezar el padrenuestro, el ave maría y otras oraciones como si fueran balas disparadas por una metralleta. A eso le llama recogimiento. Mi hermana mayor es obsesiva con la Navidad. Escucha villancicos en el carro, en la casa, en el baño. Todo lo decora y todo lo añora. Mi hermano mayor y mi hermanita se concentran en la rumba, los regalos y la comida. Yo, como tengo fama de atea o agnóstica o hija del demonio, me limito a observar. Me gustaba la pólvora y me gusta el silencio. Pólvora y silencio. Acá todos se vuelven locos. Actúan como si viniera el fin del mundo. A lo mejor esperan que todo se vaya a la mierda de una vez. En el fondo hay ríos de tristeza que recorren el alma incluso del bailador más entusiasta.
Andrea
Perfecto retrato de la navidad colombiana y creo que mundial. Hermoso texto además.
ResponderEliminarCarlos