miércoles, 26 de enero de 2011

La mirada


Ninguna mirada es inocente. La de Paula, tal vez. O la de Olga. Con las dos llegué muy lejos, quiero decir, hasta lo que está más allá de más allá. Paula se deslizaba como pez en la pendiente. Su voz era suave cuando era. Porque la mayor parte del tiempo era muda. O se hacía. Estiraba los brazos hacia arriba como si fuera parte de un loco estiramiento. Le saqué una foto en un lago del sur. Estaba desnuda. Estaba como ida. Lo de Olga fue distinto. La conocí en un viaje adolescente. Era un viaje de esos que se hacen por única vez. Después no hay más viajes. Una noche entendí que ninguna mirada es inocente. Que no se puede mirar desde cero. Que ya hemos visto lo que vimos. Como un recuerdo o un dolor, no sé, eso fue lo que dije al regresar. Y no sé por qué traigo ahora las figuras perfectas, nulas, de Olga y Paula. Con las dos no logré nada. O conseguí llenar algunas horas de algunos años caídos. Paula me confundía con un árbol a punto de ser talado. Olga se subía a las ramas sin miedo al chicotazo. Yo miraba sin ver. Y ellas se entregaban al juego. No sé si fue en el año de la tragedia. O un poco después. Nadie decía nada entonces. Las tardes pasaban como barcos y cada mañana era un descubrimiento. Veo las fotos de Paula y Olga saltando hacia mí desde un sobre de papel madera. Hace varias horas que intento volver a guardar todo en el cajón. Pero ninguna mirada es inocente. Y ya nada puedo hacer.
L.

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