miércoles, 26 de enero de 2011

Silencius interruptus


La soledad y el silencio suelen ser vistos como signos mayores del horror. Pero no es así. Silencio y soledad pueden ser bendiciones del cielo. No digo siempre pero muchas veces. Hace tiempo caminaba de noche por un bosque de Tierra del Fuego. En plena oscuridad disfrutaba de la paz nunca rotunda de la naturaleza. Una rama cruje al quebrarse, el viento zumba entre las hojas, un pájaro canta su agonía, los pasos sigilosos de un zorro disipan la quietud de la gramilla. Y todo era más o menos así hasta que irrumpió en el lugar un grupo numeroso de turistas. A partir de entonces todo cambió. La música del bosque fue negada con violencia festiva. Sonaban radios, celulares, flashes digitales. Los integrantes del tour se llamaban a gritos entre sí mientras se oían risas estridentes y nerviosas. Decenas de linternas de cuatro o más pilas gigantes deshacían con sus rayos la calma del lugar. ¿Hace falta recordar que la noche es oscura y que precisamente en esa cualidad reside su belleza? La caravana de intrusos había instalado en ese privilegiado espacio, aún sin saberlo, los primeros signos de la barbarie.
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