En una época donde todos parecen saber todo, donde las causas de los hechos pueden descubrirse leyendo el diario, donde las ciencias del cuerpo y el espíritu se aprenden viajando en taxi o colectivo, la actitud aconsejable debería ser el más riguroso y profundo silencio. No un silencio pasivo sino un silencio activo, atento y apasionado. En tiempos como éste la ignorancia debería convertirse en bandera de resistencia. No la ignorancia del que no quiere saber sino, al contrario, la eterna duda del que está dispuesto a admitir que no entiende nada de esta vida. El sabio no tiene ideas, decían los antiguos chinos. No tiene ideas pero está dispuesto a tenerlas.
L.
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