Hacía diez o veinte años que nadie entraba a mi casa. Durante el largo ayuno me atrincheré en mi cuarto y de ahí me moví apenas para ir al baño, comer o respirar. Todo anduvo bien hasta que Max, el visitante, golpeó a la puerta. Mi primer reflejo fue no abrir pero su insistencia pudo más. Enseguida me arrepentí de mi generosidad. Esto es un chiquero, dijo Max tomándose una confianza que jamás le brindé. Empezó primero con la escoba, después con una pala y finalmente con una aspiradora multifunción. Le rogué que no tocara los papeles (mis discos, mis libros, el álbum trágico) pero el visitante amontonó todo eso en el patio y armó una gran fogata. No quedaron ni cenizas. Al rato comprobó que el piano de cola estaba desafinado y me retó severamente. Después subió a la terraza y encontró pájaros muertos flotando en el tanque de agua. Me obligó a resucitarlos con respiración artificial y también logró que reconectara teléfonos, puentes y motores apagados. La visita fue corta pero alcanzó a hundirme en el mundo, sí, para siempre.
L.
La foto fue tomada por Agustina Lema en la playa
bonaerense de Claromecó. El modelo es Max, su novio.
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