Este sábado voy a cortarme el cabello. Ya está demasiado largo para mí. Desde hace tiempo lo llevo corto, un poco más arriba de los hombros. En ocasiones me llegó a la altura de la nuca. Ese corte causa tristeza en los hombres (en mi papá, en mi hermano, en Andrés, en mis amigos) y admiración en las mujeres. Muy influidas por la cultura dominante ellas están habituadas a lucir largas cabelleras como símbolo de feminidad. La ex esposa de mi hermano decidió cortárselo como yo por varios motivos. Porque le gustaba mi corte y porque su cabello, hermoso y abundante, se fue quebrando a la par de su matrimonio. Había decidido dejármelo crecer. Pero parece resistirse porque sabe que no le voy a prodigar los cuidados que exige. Mi mamá tenía, antes de casarse, un cabello largo, negro y ondulado en las puntas. Se lo cortó a escondidas de mi papá. Hoy lo guarda envuelto en papel mantequilla en uno de los cajones misteriosos de la casa, al lado de su vestido de casamiento, de algunas cartas de amor y de la ropa que usó en la noche de bodas.
Andrea.
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