Acaba de crear el mundo. Camina lento sobre la arena que él mismo esparció. Hunde sus pies en el mar que brotó de sus manos. Contempla el trigo, el cielo, la indefinible cabeza de un toro. La noche, invento de última hora, lo encuentra rendido. A lo lejos ve un galpón levemente iluminado. Escucha el canto de un millón de aves o cosas que podrían ser aves. Ya no sabe qué hizo en esos días de rara exaltación. Y al recordar un infinito catálogo de nombres y objetos supone que el lugar podría ser un gallinero. Abre las puertas, avanza unos pasos y se desmaya por fin entre las plumas. Las gallinas lo picotean, defecan en sus ojos, entibian formas ligeras en el pecho enmarañado. Cuando despierta no recuerda nada. Ahora es un hombre sucio y humillado como tantos. Abre las puertas del galpón y sale a campo abierto. Nubes oscuras avanzan desde lejos. Las observa en silencio y entiende que pronto va a llover. Dios, ayúdame.
L.
L.
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