Querida mía: debo pedirte perdón por la increíble carta que te escribí anoche. Soy sincero y me gusta llamar a las cosas por su nombre. No te ofendas. Mi amor por tí me permite rogar al espíritu de la belleza eterna y a la ternura que se refleja en tus ojos. O derribarte debajo de mí, sobre tus suaves senos y tomarte por atrás, glorificado en la descubierta vergüenza de tu vestido vuelto hacia arriba y en tu bombacha blanca de jovencita y en la confusión de tus mejillas sonrosadas y tu cabello revuelto. O acostarme con la cabeza en los pies sintiendo tus dedos acariciar y cosquillear mis testículos y tu boca chupar mi pija mientras mi cabeza se abre paso entre tus rollizos muslos y mis manos atraen la delicada curva de tus nalgas y mi lengua lame vorazmente tu sexo rojo y espeso. Nora, mi fiel querida, mi pícara colegiala de ojos dulces, sé mi puta, mi amante, todo lo que quieras. Eres siempre mi hermosa flor silvestre de los setos, mi flor azul oscura y empapada por la lluvia de enero.
James Joyce, 1882-1941, autor del Ulysses.
Que se digan cosas directas, explícitas, no le quita romanticismo a una carta. Al contrario. Ya quisiera yo recibir una carta así. ¿Pero quién escribe cartas hoy en día?
ResponderEliminarLidia