No somos nada si no podemos tocarnos. Durante siglos la humanidad se ha empeñado en las ideas, la filosofía, lo fantasioso, cuando el éxtasis proviene de algo tan sencillo como poder acariciar la mano de aquella mujer que prepara el café, organiza los libros y se ocupa de que todo esté bien. La pregunta que surge es por qué nos embriaga escuchar una canción o contemplar un cuadro o leer un libro, cuando ni la música ni la pintura ni las palabras son palpables. ¿Por qué basta una idea para sentir que el día ha valido la pena? ¿Por qué nos empeñamos en escribir en vez de concentrar esa energía en coger? El cuerpo es el verdadero milagro. Aún así leo Rayuela y puedo sentir el beso de un hombre sin rostro
A.
A.
Excelente, Andrea.
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