Salvo raras excepciones subir a un taxi en Buenos Aires equivale a tragar un frasco lleno de arsénico. En pocos minutos (mientras Gonzalez Oro vomita en Radio 10) pude saber que los secundarios que toman escuelas no quieren estudiar. Son drogones, borrachos y hasta cogen con sus compañeras en el baño. Los de Sociología igual. Los piqueteros igual. Hay que matarlos a todos. La amable charla suele terminar con una propuesta global de fusilamiento que incluye a niños imputables aunque sean recién nacidos. Suelo bajar del taxi destruido, sin fuerzas, agobiado por los efectos colaterales del veneno. El aire de la calle me salva justo a tiempo. Pero nunca es suficiente para compensar la doble dosis de fascismo cotidiano.
L.
es tal cual, suelo dormir demás y me veo obligada a tomar taxi porque creo que voy a llegar mas traquila y rápido, pero no llego ni tranquila, ni rapido,la comodidad pasa a segundo plano.
ResponderEliminarEn Córdoba es lo mismo, pero de la mano de un tal Mario Pereyra en Cadena 3. No sé cual es la necesidad de tanto morbo y generación de violencia. Después en la calle no ves una sonrisa ni en primavera.
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