jueves, 30 de septiembre de 2010

Katia


Katia me besa mientras el carruaje se pierde en la noche. Le propongo una película. Pero ella parece abstraída. Lo único que parece interesarle es una cama y acaso unos libros para hojear antes de dormir. Continuamos el viaje en silencio. En ocasiones acaricio sus pechos, los mismos que ella jocosamente llama mis juguetes. Katia se los presta a cualquiera con tal de superar el tedio que la abruma. No puedo elegir. El cine está cerrado y los caballos avanzan contra el viento frío. Llegamos por fin a la cabaña. El cochero desata los animales y va con ellos al establo. Katia chapotea en el barro y se dirige a la casa dando saltitos. Me hago pis, explica.
Y desaparece en el aire como un rayo entre algodones.
L.

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