miércoles, 8 de septiembre de 2010

Un proyecto de felicidad


Gran parte de mi generación dio la vida o parte de ella por realizar un proyecto de felicidad. El plan era o parecía bueno pero fracasó por motivos largos de resolver aquí. A muchos de nosotros nos mataron en centros de tortura y exterminio. El proyecto de tristeza tuvo más eficacia que nuestras deshilachadas banderas. Otros nos salvamos pero quedamos huérfanos. Casi mudos. Sin saber qué decir. Muchos de los supuestos revolucionarios (finalmente) se unieron a la fiesta de los triunfadores con el mayor cinismo. Gran parte de mi generación tiene una deuda con el presente. No hemos explicado a fondo lo que pasó. No nos cuestionamos en la medida necesaria. Todavía nos consideramos dueños de una verdad inamovible. ¿Cómo seguir adelante? ¿Cómo establecer un mínimo diálogo con las nuevas generaciones sin examinar la derrota de nuestro proyecto de felicidad? No hay ni habrá futuro si no nos juntamos un día en una playa, alrededor del fuego, para tratar de explicar el fracaso y adivinar posibles caminos para que las banderas, aquellas u otras, vuelvan a flamear en la cima de renovados castillos de arena. Nuestro proyecto de felicidad sigue pendiente. Y continúa siendo el ahogado más hermoso del mundo.
L.

1 comentario:

  1. Me gustó muchísimo este post y quería agradecerlo, Luis. Y pienso... si tu generación tiene una deuda, ¿qué decir de las generaciones que seguimos? ¿Acaso nos falta conciencia? También me siento en deuda, cada día más. No hay autocrítica. No la hay. Hay conformismo, hay consumo, y mejor no hablar porque total nada puede hacerse. Porque ya está.Trabajo en educación, en la universidad de La Matanza. Ya no es una institución formativa, sino un sitio de contención para miles de pibes. Claro, es mejor que exista a que no esté. Pero ya no sé bien cuál es mi rol. Todo decae, se nivela hacia abajo. Mi mamá trabaja en educación primaria en la provincia de Buenos Aires, y a veces nos contamos experiencias, una más increíble y triste que la otra. Cuando hablamos, estamos siempre al borde de las lágrimas. La impotencia, la impresión desoladora ante generaciones arrasadas, los padres de esos chicos que están en una nube, entre el abandono y la desorientación total.
    Ahora vemos a los adolescentes en la calle, que protestan, que parecen despiertos... me quiero ilusionar y no puedo, ¿viste? Porque el problema de nuestras generaciones es que se nos agotan las esperanzas antes de arrancar.
    En fin. Bueno, mejor corto acá porque me voy a poner demasiado melancólica y ése no era el plan. Te dejo abajo un poema que, creo, hoy es mi poema preferido. Tu post me recordó este poema-enigma maravilloso. Cada vez que lo leo pienso en qué es lo que hemos olvidado, y no me decido, y la idea cambia con cada nueva lectura. En el título de tu post, quizás, haya encontrado la más atinada de las posibilidades.
    Un abrazo,
    Carolina

    Mala memoria

    En nuestros debates, compañeros,
    tengo a veces la sensación
    de que hemos olvidado algo.
    No es el enemigo.
    No es la línea de conducta.
    No es el objetivo final.
    No figura en el «Curso breve».

    Si no lo hubiéramos sabido nunca
    no habría lucha.
    No me preguntéis qué es.
    No sé cómo se llama.
    Lo único que sé
    es que hemos olvidado
    lo más importante.

    Hans Magnus Enzensberger

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