Cuando cayó la Unión Soviética los marineros de antiguos barcos de ese país que ya no existe quedaron a la deriva. Los patrones desaparecieron. El Estado al que pertenecían las naves se vino abajo. Miles de hombres naufragaron en puertos de Argentina, Perú, Uruguay, España y otros países. Se habían quedado de pronto sin historia, sin patria, sin familia y sin trabajo. Con el tiempo su única esperanza fue aferrarse a la masa de hierro oxidado que los rodeaba. El barco se había convertido en el único hogar de los últimos soviéticos. La embarcación convertida en documento de identidad flotante. ¿No seremos también nosotros, como ellos, náufragos en puerto? ¿No nos estaremos aferrando a una masa de hierro a la que llamamos patria, mujer, lengua, destino, vida?
L.
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