martes, 28 de septiembre de 2010

Una lección de Kafka


Somos cinco amigos. Una vez salimos, uno tras otro, de una casa. Primero salió uno y se colocó al lado de la puerta de calle. Después el segundo salió por la puerta, o, mejor dicho, se deslizó con la misma suavidad con que resbala una gota de mercurio y se ubicó no lejos del primero. Después el tercero. Después el cuarto. Después el quinto. Finalmente nos pusimos todos en una línea. Parados. La atención de la gente empezó a centrarse en nosotros. Nos señalaban y decían: Los cinco acaban de salir de la casa. Desde entonces vivimos juntos. Sería una existencia pacífica si no viniera siempre un sexto a entrometerse. No nos hace nada pero nos resulta fastidioso. Y eso ya es bastante. ¿Por qué se mete por la fuerza donde nadie quiere saber de él? No lo conocemos y no queremos aceptarlo con nosotros. Tampoco nosotros cinco nos conocíamos antes, y, si se quiere, tampoco ahora nos conocemos. Pero lo que entre nosotros cinco es posible y se admite, con el sexto no es posible. Y no se admitirá. Aparte de todo esto nosotros somos cinco y no queremos ser seis. ¿Y qué sentido tiene, en definitiva, este permanente estar juntos? Ni siquiera para nosotros tiene sentido alguno. Pero nosotros ya estamos juntos y continuaremos así. No queremos una nueva unión. Pero, ¿cómo puede uno hacerle entender esto al sexto? Darle largas explicaciones significaría ya casi aceptarlo en nuestro círculo. Preferimos no aclarar nada y no lo aceptamos. Por más que saque trompa lo alejamos a codazos.
Pero por más que lo alejamos a codazos él siempre vuelve.

Comunidad / Un relato de Franz Kafka

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