jueves, 2 de septiembre de 2010
Esto no es un gato
Desde hace unos días mi gato grusswillis no se mueve de la escalera. Se ha recostado como un dios sobre una pila de libros meados y anillados. Son versiones fallidas de un ensayo que vengo escribiendo desde hace un año o dos con vistas a una posible y lejana publicación. A mi gato no le importan las siete lecturas del silencio. Tampoco la comida o el agua. Ni siquiera una deliciosa hebra de pollo que le ofrecí anoche a manera de compensación por una infancia desgraciada. Grusswillis extraña a algo o a alguien. Siente que ya no puede amar a esa gata siamesa que lo hacía vibrar sobre los techos como un sonajero de bebé. Ella se ha ido. Mi gato ha decidido que sin amor nada tiene sentido para él. Ni siquiera una siesta bajo el sol de tejas. Ni siquiera una bolsa llena de Purina fragante. Grusswillis desearía quemar todos los libros y recuerdos. Embriagarse y dormirse para siempre. Y cómo no entenderlo.
L.
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