Franz Kafka tenía con las mujeres, el amor y el deseo un problema que se torna evidente al leer sus diarios y sus relatos de ficción. Por un lado veía a la mujer como un peligroso factor de dispersión, algo que lo sacaba de su excluyente oficio literario. Pero esa vivencia era una máscara del visceral miedo al sexo, factor todavía más notorio. El propio escritor lo confiesa en sus cartas. Miedo a la unión. Miedo a dar el paso. El coito como castigo por la felicidad de estar juntos. Este presunto rechazo al cuerpo no le impidió incursionar en los burdeles de Praga. Era fácil para el autor de El castillo tener trato con las putas. Era difícil para él, en cambio, acostarse con las mujeres amadas. ¿Extraña ambiguedad? Puede ser. Pero nadie está completamente a salvo de experimentarla en carne propia.
L.
Muchos hombres conciben el sexo como una descarga. Las prostitutas, en tal sentido, serían meros receptáculos, con perdón de la palabra, del exceso pulsional o seminal. Las mujeres amadas, en cambio, sólo generan temor en algunos varones. Miedo al compromiso físico y espiritual.
ResponderEliminarLudmila
Tal vez esperaba tanto del encuentro con la mujer amada que no se arriesgaba a confirmar que a lo mejor la realidad pudiera quedarse corta. Tal vez no quería bajar a lo concreto a sus amadas inmaculadas porque allí en el rincón secreto de su alma siempre permanecerían como él quería que lo hicieran. Tal vez quiso evitar que un beso tibio matara la ilusión.
ResponderEliminarGraciela B