La muchacha se había tendido en el pasto junto al lago. Terminaba de cerrar los ojos cuando un joven se acercó y se tendió en silencio junto a ella. La muchacha sonrió al desconocido como si lo hubiera esperado desde siempre. Te parecés al Che, le dijo embebida en raras evocaciones. Y vos a la bella durmiente, dijo él. Sobre la superficie del agua se deslizaba un grupo de patos casi grises. Uno de ellos parecía asustado o enfermo. De vez en cuando asomaban, desde el fondo amarronado, unos peces de ojos grandes y bigotes. La escena resultaba extraña. La muchacha se incorporó sin observar que su espalda se había cubierto de florcitas aplastadas. Hubo un silencio largo hasta que el hombre empezó a acariciarla. Ella no se resistió y devolvió la ofrenda con audacia y decisión. Una de las manos del hombre, acaso la más obscena, se detuvo en los pechos erizados de la joven. Alcanzó a percibir la dureza del corpiño y le pidió que se lo quitara. La muchacha se alejó hasta desaparecer detrás de un árbol y, al minuto, regresó empujada suavemente por el viento. Hasta los peces y los patos quedaron deslumbrados.
L.
Un relato intrigante y de furtivo erotismo. Muy bueno.
ResponderEliminarEdgardo M.
Erótico y lindo.
ResponderEliminarEsta continuidad en los parques ... parece un sueño. Me gustó mucho.
ResponderEliminarLorena