La escritora brasileña Clarice Lispector se definía a sí misma como una simple ama de casa. Los de afuera, en cambio, veían en ella a la esfinge inmaculada. Clarice fue bella y estilizada como una mantis religiosa. Los periodistas fracasaron a la hora de resolver esa aparente contradicción entre la mujer y la diosa. En las entrevistas Clarice nunca hablaba de su vida personal. Tampoco de sus textos. No sé, no conozco, nunca escuché decir, no entiendo de ese asunto, es difícil de explicar. Esas fueron casi siempre sus respuestas. Frustrados ante tanto misterio los periodistas llenaban el silencio con más y más preguntas. ¿Cómo podía romperse el hermetismo? La respuesta era simple. Leyéndola. Y Lispector lo sabía. No olvide llevarse un libro mío –le dijo una vez a una periodista argentina-. Seguramente ahí encontrará material para su artículo. Ese era el secreto. Entrar en Clarice sin preguntar nada.
Andrea
¡Qué profundo y oportuno tu post! Cuando casi todo se agota en lo superficial, en lo visible, en frases aprendidas en los libros de autoayuda trae tu texto a Clarice y la necesidad de leer descubriendo la entrelínea.
ResponderEliminarGracias
Graciela B
Qué buen post. Me gusta mucho mucho Clarice. Cuando la conocí me sentí bendecida por ese encuentro literario; son esos escritores que a uno le gustaría abrazar por largo tiempo, en un silencio absoluto. ¿De qué valdrían las palabras estando con Clarice entre los brazos?
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