Los militantes del sincericidio creen que la mejor manera de apagar la llama de los celos es decir la verdad. Entonces (de puro honestos) le cuentan todo a su pareja. Que besaron a tal, que soñaron con aquel otro u otra, que se acostaron con un tercero, que fantasean aún con la camarera de la esquina. Ese acto no es otra cosa que quitarse un peso de encima. No es bondad sino una forma sofisticada y sinuosa del egoísmo. Es (para ser más directos) aliviarse de culpa y donar el problema al otro integrante de la pareja. La prueba de la verdad no resulta. Como tantas cosas de la vida los celos no se apagan con nada. Tampoco puede ahogarse voluntariamente la presencia real o fantaseada de un tercero.
¿Qué hacer entonces? Lo primero es no dañar, dicen los médicos.
L.